jueves, 21 de noviembre de 2013

Reseña por Laura Cardona sobre "Una muchacha tan bella" de Julián López (Eterna Cadencia)

Cifra materna

Una muchacha muy bella, de Julián López, es una memoria personal que gira poéticamente alrededor de la ausencia

En un aspecto, la infancia no deja de ser una representación de los adultos. Parte ineludible de cualquier proyecto autobiográfico, también es tema de relatos con niños como protagonistas. Reales o ficcionales, los recuerdos de la infancia suelen participar de un plan de rescate, de búsqueda personal; tienden a justificar, a veces, la vida futura; intentan comprender el pasado para abrir el futuro. Justamente éste es el deseo que guía al narrador de Una muchacha muy bella , la preciosa ópera prima de Julián López: darse una historia que otorgue un sentido sincero a su existencia, por primera vez. Hijo de una desaparecida, se propone una memoria personal y se consagra con fruición a delinear el retrato de su madre, a recuperarla a través de un discurso que se instala, desde un principio, en la ausencia.

Una muchacha muy bella no es un texto autobiográfico, aunque su autor haya perdido a su madre a los diez años, porque no fue desaparecida. Sin embargo, la experiencia de la orfandad sí le pertenece y se vuelve materia de un relato conmovedor, narrado por una voz potente, celebratoria, enamorada, a veces indignada, a veces dolida, que comparte con la poesía las ansias de la oralidad. La voz de un adulto que narra el recuerdo de un tramo de su infancia durante los años setenta -sobre todo 1975 y 1976-, los últimos vividos con su madre. La novela está dividida en dos tiempos (pasado y presente), y en la primera parte el narrador construye amorosamente ese vínculo editando fotogramas sueltos para "tener una película magnífica" y perpetuar los ritos y la vida cotidiana de madre e hijo. Una vida en una soledad de a dos, sin padre, con un tío materno por toda referencia familiar y política, y con Elvira, una vecina solterona, amable y anticuada que ha sido cancionista de tango, siempre disponible para prestarles el teléfono, ayudarlos y mimar al niño que es "el amor de su vida". López recrea con detalle la época y su atmósfera a través de las marcas de golosinas, lugares, series de televisión, ciertos hábitos. La reiteración casi mántrica de algunas frases -"Mi madre era una muchacha muy bella", "mi madre me amaba"-, además de reafirmar el vínculo amoroso, instala la gran pregunta: ¿quién era esa muchacha bella? Una madre que le envía a su hijo postales de ciudades extranjeras desde el buzón de la esquina de su casa y luego le hace un pormenorizado relato de aquellos lugares, mientras toman el té y comen budín inglés. Que cada tanto se encierra para llorar o maldecir en el cuarto de servicio del departamento donde viven. Que ama a su hijo y también le hace saber que a veces es un pequeño estorbo. Una madre única, que no estaba allí sólo para él. Pero de eso otro, de lo que ella hacía cuando no estaba con él, nada se cuenta. Apenas se deja entrever, se cifra la información, se conocen los efectos de las acciones. El relato se construye con imágenes intensas que dicen el presente y prefiguran el futuro. La prefiguración lleva en sí la fuerza de la fatalidad y tiene invariablemente la muerte y la derrota del proyecto revolucionario como segundo término. Las metáforas son cada vez más abismadas, porque hablan de la violencia del final. Así, una escalera al mar por la que bajan curiosos madre e hijo se interrumpe de pronto, termina en el vacío: "Baja al precipicio, sin protección, sin señales que advirtieran el peligro". La violencia de la época, la militancia de la madre, la operación en la que no se anima a participar, todo está cifrado, velado. Es el contrapunto desde el cual pensar a la muchacha que queda fuera del relato heroico de los años setenta, devorada "por un conflicto que solo pude comprender muchos años más tarde": una joven tironeada entre el amor a su hijo y a la vida y su deber como militante. Poeta antes que narrador, López revela un denodado amor por las palabras y su Muchacha... es una conmovedora ofrenda. Tras leer la última oración, cuando se cierra el libro, la imagen cesa, pero la visión permanece durante un largo, larguísimo tiempo.

Una muchacha muy bella Julián López Eterna Cadencia 160 páginas.



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