martes, 18 de febrero de 2014

Nota sobre "Visión y diferencia" (Fiordo) de Griselda Pollock, en Radar libros.


libros
Domingo, 9 de febrero de 2014

EL ARTE DE LA DIFERENCIA

La publicación en español de Visión y diferencia, de Griselda Pollock, es no sólo un acontecimiento para celebrar, sino también para analizar en su vacío anterior. Se trata de uno de los trabajos fundamentales sobre la relación entre género e historia del arte y un clásico feminista que no ha perdido actualidad. La mirada de Pollock, su análisis y sus hipótesis giran alrededor de una pregunta que atraviesa la historia del arte y que con ironía y agudeza formulara la también crítica de historia del arte Linda Nochlin: ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?
 Por Luciana De Mello

Laura Malosetti Costa comienza el prólogo de Visión y diferencia: feminismo, feminidad e historias del arte celebrando que finalmente se haya traducido al español, de manera completa, este texto de Griselda Pollock, que no sólo es un hito decisivo en la trayectoria de la autora, sino que se ha convertido en una herramienta fundamental para la crítica feminista de la historia del arte occidental. Es un dato sugestivo, por no decir evidente, que hayan tenido que pasar treinta años para que este libro despertara interés dentro del mercado editorial local. Pollock es una de las historiadoras críticas del arte más influyentes del siglo XX y si hubo fragmentos disponibles en español ha sido gracias a la traducción llevada a cabo desde la revista Mora (publicación del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires) y en el año 2007 (también dentro del ámbito académico de la UNAM y de la Universidad Iberoamericana de México) cuando Inda Sáenz y Carmen Cordero Reiman coeditan un volumen colectivo donde traducen varios artículos, algunos de los cuales forman parte de Visión y diferencia. Recién en 2010 se traduce en España un libro completo de Griselda Pollock, aunque –como anota Malosetti Costa– los primeros libros, fundamentales dentro del trabajo de Pollock, eran todavía inaccesibles en español. El canon de la historia del arte –dice Pollock– es uno de los más virulentos y “virilentos”. Asimismo, el dato de la divulgación, aún hoy marginal de esta mirada a contrapelo sobre los problemas de la representación y de la crítica en el campo de la historia del arte, trae el eco de la famosa pregunta que en 1971 Linda Nochlin lanza en su ensayo ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?: ¿Por qué la crítica con mirada de género es tan poco difundida –y aplicada– tanto en el ámbito académico como en los suplementos culturales?
Como anota Pollock en Visión y diferencia, la respuesta a la pregunta de Nochlin no iba a ser ventajosa para las mujeres si se mantenían las ataduras de las categorías establecidas dentro de la historia de arte; no alcanzaba con una historización nueva que diera a conocer el nombre y la obra de cientos de artistas mujeres que merecían entrar en el canon. Había que proponer un cambio de paradigma, había que disparar contra el canon al poner en evidencia la relación que se establece entre las mujeres y el mundo del arte. Sacando provecho de la revolución teórica e historiográfica que representa la tradición marxista, en Visión y diferencia Pollock adscribe al materialismo histórico feminista que “no se limita a sustituir la clase por el género, sino que busca descifrar la intrincada interdependencia entre clase, género y raza, en todas las formas de la práctica histórica”. De esta manera, el trabajo de Pollock a lo largo de esta compilación de ensayos da cuenta no sólo de qué manera se ha escrito –y escribe– la historia del arte (de Occidente), sino que también cuestiona en su dimensión política al resto de las disciplinas existentes. Es en ese sentido que la publicación y difusión de este trabajo es hoy fundamental, ya que su lectura es del tipo que viene a modificar indefectiblemente la mirada del lector de a pie: ya no sólo de aquel que proviene del ámbito artístico, intelectual, académico y/o activista que se ocupa de los estudios de género, para quienes los conceptos y debates levantados en este libro no son en absoluto nada nuevo (Visión y diferencia fue publicado en el año 1988 y muchos de los ensayos que lo componen datan de la década anterior). Cabe entonces la celebración propuesta en el prólogo de esta decisión editorial llevada a cabo por Fiordo, ya que como acierta Pollock en el ensayo que cierra el libro, “por mucho que consideremos que la condición posmoderna es nuestro horizonte ineludible, los temas planteados en la década del ’70 no han sido superados”.
Visión y diferencia: feminismo, feminidad e historias del arte. Griselda Pollock Fiordo 346 páginas
Los ensayos reunidos en Visión y diferencia trazan un recorrido de la intervención feminista en la historia del arte teniendo en cuenta las condiciones de producción, los condicionamientos de género, clase y raza consolidados desde las instituciones donde estas prácticas artísticas y críticas se han realizado. Así, las sucesivas preguntas que se desprenden en cada ensayo son en sí mismas generadoras de ruptura. Al analizar la pintura del artista prerrafaelista Gabriel Rosetti, Pollock plantea interrogantes sobre el proceso de producción, consumo y uso de las obras realizadas: por qué y para quién fueron hechas, qué placeres producen y qué miedos administran estos retratos de mujeres que son analizados por el modernismo basándose únicamente en la materialidad sensual de la factura. Los ensayos elaboran una lectura entramada desde el análisis de la obra, de la crítica escrita sobre esa obra en cada época y de los procesos sociales que determinan las formas de representación en los diferentes períodos históricos: Es la historia de las relaciones sociales burguesas y sus formas ideológicas dominantes las que necesitamos analizar y subvertir, con el objetivo de identificar las configuraciones específicas de la feminidad burguesa y las formas burguesas de mistificación que enmascaran la realidad de los antagonismos sociales y sexuales y que, al negarnos visión y voz, nos privan de poder. Acto seguido, en Modernidad y espacios de la feminidad, Pollock se plantea averiguar por qué el territorio del modernismo se disputa sobre el cuerpo desnudo de la mujer, representado dentro de los espacios cerrados del burdel, el atelier o el bar; qué relación existe entre sexualidad, modernidad y modernismo. Asimismo, cuando se detiene a estudiar las obras de las artistas Berthe Morisot y Mary Cassatt, Pollock rápidamente apunta que este análisis de las mujeres artistas en la París de finales del siglo XIX no puede efectuarse dentro de los esquemas existentes. Siendo la libertad de circulación por la ciudad privativa del hombre –encarnada literariamente en la figura del flaneur– la autora decide analizar sus obras a partir de la matriz del espacio y desde ahí lee de qué manera esa experiencia de “puertas adentro” estructuró las obras que ellas produjeron. Y no sólo. Visión y diferencia es un libro que cambia el cristal con que se mira el mundo y de ahí que no pierda vigencia por más que pasen los años y las olas feministas: “La modernidad aún está entre nosotros, de manera incluso más marcada a medida que nuestras ciudades se vuelven el mundo exacerbado de la posmodernidad, cada vez más convertidas en un lugar de extraños y de espectáculo, mientras las mujeres cada vez se ven más vulnerables a la agresión violenta cuando están en público y se les niega el hecho de moverse con seguridad en esas mismas ciudades. Los espacios de la feminidad aún regulan la vida de las mujeres: desde tener que soportar las miradas indiscretas de los hombres en la calle a sobrevivir agresiones sexuales casi letales”.

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Nota sobre "Poemas" de E.E. Cummings (Descierto) en Revista Veintitrés.

 

 

 

Libros. Cuidada edición bilingüe de uno de los poetas del siglo XX

Arbitrario y poderoso

Poemas
E.E. Cummings
Descierto, 2013
Edward Estlin Cummings (1894-1962), conocido desde siempre como e.e. cummings (así, en minúsculas), fue uno de los poetas más relevantes del siglo XX. En esta cuidada edición bilingüe del sello Descierto, con notable traducción de Jorge Perednik, se incluyen 54 de los más de novecientos poemas que totalizan la producción del autor estadounidense. En el recorrido no se pasa por alto ninguno de los títulos significativos de Cummings: aquí están representados desde Tulipanes y chimeneas (1923) hasta 73 poemas, el libro que estaba escribiendo cuando lo sorprendió la muerte.
Aunque disruptivo en sus procedimientos, siempre inclinado por el uso poco tradicional de los recursos tipográficos, las mayúsculas y los signos de puntuación, Cummings supo moverse con soltura por formas vanguardistas pero sin despreciar otras más tradicionales, como el soneto. Sus temas recurrentes fueron el amor, la naturaleza, la sátira y el vínculo del individuo con las masas populares y el mundo.Leer a Cummings, como bien concluyó el crítico Harold Schonberg y también queda demostrado con este volumen, es leer al poeta que ha escrito “algunos de los versos más arbitrarios, poderosos, soberbios, feos, audaces, explosivos, incomprensibles (para algunos), admirables y discutidos de nuestro tiempo”.

Nota sobre "Poemas", de E.E. Cummings (Descierto), en Tiempo Argentino.

 

La vigencia de un poeta imposible de encasillar

Una cuidada edición bilingüe de E. E. Cummings, Poemas, vuelve a traer a las librerías a este poeta tan valioso como inclasificable. Su producción fue desbordante en diversas áreas relativas al arte.

 La poesía de e. e. cummings ha sido y sigue siendo una gran tentación para los traductores que encuentran allí más que el ejercicio de un oficio donde poner en diálogo dos lenguas, una suma de acertijos, experiencias sonoras y juegos lógicos. Este poeta, nacido 1894 en Massachussetts y egresado de Harvard, además fue pintor, ensayista y dramaturgo, publicó más de 900 poemas, dos novelas, varios ensayos, obras de teatro y expuso una gran cantidad de dibujos, bocetos y pinturas. Su espíritu desbordante, muy presente en sus textos, es tierno y, a la vez, infantil y cínico; anárquico y, al mismo tiempo, de una precisión técnica impecable. Se lo ha vinculado con la poesía de Ezra Pound, porque era reconocida su admiración por él, y también por la producción de una obra personal e inclasificable. Su trabajo, al principio incomprendido, recibió palabras elogiosas de críticos y de sus pares como Marianne Moore o Williams Carlos Williams. Trabaja sobre temas como la contradicción entre lo repetido y lo singular o entre lo ordinario y lo especial, la oposición a todo tipo de poder centralizado, la fecundidad de la naturaleza, la fragilidad del amor. “No llores / -el mejor gesto de mi cerebro es menos / que el parpadeo de tus pestañas que dice / somos el uno para el otro: entonces / ríe, recostada entre mis brazos / porque la vida no es un párrafo / Y la muerte pienso no es ningún paréntesis.”
El volumen publicado por Descierto es una cuidada edición bilingüe, una antología de 55 poemas extraídos de 12 libros, además de un prólogo del traductor Jorge Santiago Perednik, una reseña biográfica detallada por año; además se suman cinco dibujos hechos por el mismo autor. 
Palabra aparte merece la traducción esmerada. Traducir a Cummings es embarcarse en un trabajo imposible. O se puede ir más lejos y decir que traducir poesía es una tarea irrealizable ya antes de comenzar. Cierto es que e. e. cummings –así con minúsculas, como solía firmar este gran poeta– levanta aun más la vara de lo inexpresable. Sus poemas, y en especial los que integran esta selección, más que textos son geografías que se desarman al nivel de partículas. Bien lo sabe Perednik cuando anuncia, en el prólogo que antecede a las traducciones, que en muchos de sus poemas la oración o la frase no existen más y la palabra no es una unidad simple sino un conjunto de unidades menores. El poeta engendra un lenguaje nuevo a partir de los fragmentos, nos anima a una readaptación de la conciencia, y el placer implícito en esa invención parece comparable con el goce que siente el lector al momento de descifrarlas. «
 

Nota sobre "El abrigo de Proust" (Impedimenta) en Radar Libros.


libros
Domingo, 9 de febrero de 2014

EN BUSCA DEL ABRIGO PERDIDO

La periodista y escritora italiana Lorenza Foschini emprendió una investigación sobre el afán coleccionista que se generó alrededor de Proust, y también sobre los impulsos de ciertas personas por destruir todo lo suyo, incluyendo los manuscritos de su gran obra. Así, en su singular libro se destacan la figura del perfumista Jacques Guérin y un abrigo de piel que acompañó a Proust en sus años de febril escritura.

 Por Daniel Gigena
Presentada por la autora como “una rara historia de familia”, la crónica de Lorenza Foschini, escritora y periodista italiana nacida en Nápoles en 1949, entrecruza la biografía de Jacques Guérin, un empresario de la industria del perfume en Francia, los avatares de la herencia de Marcel Proust y algunos episodios de la picaresca de la burguesía parisina. Piero Tosi, el célebre vestuarista de los films de Luchino Visconti, le contó a Foschini durante una entrevista para televisión que cuando trabajaba en el proyecto (que no llegó a realizarse) de Visconti de filmar En busca del tiempo perdido, oyó de pasada el nombre de un coleccionista de manuscritos de Proust que podía ser útil para su trabajo. Ese hombre era Guérin, que recibió a Tosi en su mansión en los suburbios de París. Allí le contó su amor por la obra del autor francés y le mostró el famoso abrigo de piel forrado en cuero de nutria que Proust había usado en sus paseos y como manta, durante las noches, mientras escribía una de las obras fundamentales de la literatura universal.
JACQUES GUERIN, EL COLECCIONISTA DE PROUST
Esa anécdota enmarca la crónica de Foschini que, como una detective (y, en parte, también como una perito forense), rastrea la vida de Guérin a partir de cuando el joven empresario, a causa de una enfermedad, se cruza con el hermano menor de Marcel, el médico Robert Proust. En una visita protocolar para pagarle sus honorarios, Guérin –que ya había empezado a desarrollar su pasión como coleccionista de borradores, dibujos y cartas de artistas como Apollinaire, Picasso o Cocteau– advierte que el hermano de Proust guarda celosamente los manuscritos de la Recherche (custodia que le provocaría dolores de cabeza a los editores). Años después, luego de la muerte del médico, Guérin volverá a la casa para descubrir que la esposa, Marthe Dubois-Amiot (hija de la amante del padre de su esposo), iniciará una furibunda sarta de despropósitos no sólo contra los manuscritos de Marcel sino también contra sus objetos persona-les, hoy al amparo del Museo Carnavalet. Rápidamente, Guérin encuentra a un pillo que, a cambio de miles de francos, rescata de la ira vandálica de la cuñada de Proust algunas propiedades valiosas: cartas de amor, la cama de Proust, dedicatorias y, en un teatral traspaso final del ropavejero, el abrigo del escritor.
Al mismo tiempo que cuenta los diferentes momentos de la tarea del coleccionista (a quien Jean Genet le dedicó Querelle de Brest, en gratitud por haberle dado un techo y comida cuando salió de prisión, y también porque Guérin bautizó Divine a uno de sus perfumes) en su aproximación al universo material proustiano, Foschini recons-truye encuentros y diálogos (en gran medida gracias al aporte del escritor Carlo Jansiti, que conoció personalmente a Guérin), escenas e imágenes (no sólo verbales, ya que el libro cuenta con un nutrido conjunto de fotografías de los protagonistas y de los objetos) y también personajes de una época ya desvanecida, con una soltura y una gracia no exenta de melancolía y pesar. Los amores imposibles o secretos de Marcel Proust, el rechazo familiar (figurado como un silencio jamás roto acerca de su deseo homosexual) y la imagen de la cuñada Marthe como una Hera archivengativa, son presentados a través del filtro de la amable personalidad de Guérin (para quien, como hijo de madre soltera a inicios de 1900, su propia homosexualidad resultaba más fácil de vivir): “Ya maduro, se convirtió en un hombre fascinante, refinado y culto, en apariencia arrogante, misógino y autoritario, que gustaba del secreto y amaba las cosas a escondidas. Por momentos era mordaz y cáustico, pero con esa sensibilidad y delicadeza que frecuentemente se les atribuye a los homosexuales”. No sin humor, informada, leve, la escritura de Foschini mantiene el hilo de su relato también con delicadeza y encuentra en la manía u obsesión del que colecciona rasgos redentores frente a la barbarie destructora: “Apropiarse de esos objetos significa quizá conservar en cierto modo una chispa de aquel amor, de aquel placer, y sentirse finalmente satisfecho. Pero hay más aún: el sentimiento que lo movía no era el del coleccionista sino más bien el del salvador de algo sagrado”.
El abrigo de Proust. Lorenza Foschini Traducción y posfacio de Hugo Beccacece Impedimenta 140 páginas
Por último cabe mencionar que, tal vez en un acto de justicia poética a la manera proustiana (que uno imagina impartida con ironía y cautela), la cuidada traducción estuvo a cargo de Hugo Beccacece, lector aventajado de En busca del tiempo perdido, quien también escribe un crepuscular posfacio que no casualmente comienza por afirmar: “Nadie le ha sido más infiel a Proust que los proustianos. Sin embargo, esa infidelidad, o más bien traición, es fruto del amor. La prueba decisiva de ese ‘malentendido’ entre un autor y sus admiradores es la historia que Lorenza Foschini cuenta en este libro”.

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jueves, 13 de febrero de 2014

"Informe sobre ectoplasma animal" de Roque Larraquy y Diego Ontivero (Eterna Cadencia). Nota en La Nación.

Cuando me muera quiero que me toquen una polca

¿Existe algo así como la pasión por la literatura? ¿Y quiénes serían esos sujetos amorosos? ¿Los cinco o diez mil lectores que con sus caprichos mantienen vivos los catálogos de las medianas y pequeñas editoriales? ¿El más reducido círculo de críticos, editores y profesores que sobreviven como pueden multiplicando los panes y el vino que ofrecen los exiguos mercados académicos y periodísticos? ¿O aquellos que prefieren dejarse llevar por el color de las tapas y las fotos de autor, que desconocen las modas literarias y compran siguiendo los designios de columnistas radiales y televisivos (oh, almas bellas recomendadoras de libros) que no se preocupan por maquillar su ecuménica ignorancia? La respuesta es: los rusos. A los únicos a los que les interesa verdadera y profundamente la literatura es a los rusos. Todos los demás somos aficionados, grises y tibios lectores que invertimos en la lectura apenas nuestro tiempo de ocio excedente.

Quebrando una regla implícita de la industria editorial que recomienda no publicar libros en enero, el sello Eterna Cadencia distribuyó hace unos días la segunda novela de Larraquy
Si bien todavía no se conocen los nombres de los polemistas, sabemos por las agencias de noticias que en la noche del 20 de enero un ex profesor de literatura amante de la poesía mató a puñaladas a su compañero de copas después de que le escuchara desafiar "la única literatura verdadera está escrita en prosa". Sucedió en la localidad de Irbit, fundada en 1631 en los Urales, y de unos 38 mil habitantes. Los escépticos de siempre aseguran que al momento de la discusión los hombres iban muy borrachos. Nosotros sabemos que el alcohol derribó la última resistencia de un dique de pasión y rencor que tarde o temprano hubiera desbordado igual. La víctima tenía 67 años y lo imaginamos ascendiendo a un cielo poblado por los espíritus de Tolstoi, Chejov y Dostoievsky. Al más apasionado de los lectores de poesía, de 53, capturado días después mientras se escondía de la Policía, lo podemos ver ahora en su celda a la espera del juicio, con todo el tiempo por delante para leer y memorizar los versos de Maiakovski, Simonov, Yesenin y Tsvetáyeva.
Larraquy tardó siete años en escribir su primer libro, de ciento cincuenta páginas, y pasaron otros tres hasta la aparición de este segundo, que tiene la mitad
En la Argentina, donde ese tipo de pasiones se tramitan por lo general en canchas de fútbol, recitales de rock o durante fugaces encontronazos de bandas políticas rivales, solemos sublimar el asesinato por motivos literarios: son los árboles los que mueren para producir libros de autores a quienes muchas veces desearíamos estrangular. Precisamente es la muerte (y cierto tipo de espíritus) y lo que imaginamos que hay o vendrá después de ella, lo que persiste entre el primer y el segundo libro de Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975), un escritor que veríamos exonerado durante un juicio literario gracias al extrañamiento y la novedad que aportan sus novelas. Allá por el 2011, Larraquy publicó La comemadre: un libro compuesto por dos relatos en los que se daba cuenta, con una prosa seca, casi de registro, de algunos experimentos (¿imaginarios?) brutales en los campos de la medicina y el arte. Aquellas historias, que llamaron rápidamente la atención de la crítica, evidenciaban las huellas que las vanguardias (científicas y artísticas) son capaces de dejar sobre el cuerpo humano, catalizadas por ideas tan delirantes como el progreso y el amor.
Quebrando una regla implícita de la industria editorial que recomienda no publicar libros en enero, el sello Eterna Cadencia distribuyó hace unos días la segunda novela de Larraquy, aunque habría que encontrar una palabra más adecuada para este pequeño libro ilustrado por Diego Ontivero y que lleva por título Informe sobre ectoplasma animal. Aquí aparecen otra vez personajes excéntricos y prácticas tan fascinantes como aberrantes, que se dejan leer con morboso regocijo. También está el tono de informe o relevamiento experimental, en este caso abocado a narrar la historia, en la Buenos Aires de principios de siglo XX, de una ciencia imaginaria denominada ectografía. Su fundador, Severo Solpe, y sus enemistados discípulos, Julio Heiss y Martín Rubens, se dedican a fotografiar espectros y ectoplasmas. "Llamamos espectro a un tipo de residuo matérico inscripto en éter que el animal deja tras de sí cuando muere. Del espectro registramos su ectoplasma, que surge por sustracción eléctrica del cuerpo del ectografista", explica Solpe en el libro. Así, primero asistimos a una serie de casos de ectoplasmas registrados (perros, gatos, víboras, sapos, monos, pollos y caballos muertos violentamente) por los miembros de la Sociedad Ectográfica Argentina, que funciona en un tenebroso edificio de la Avenida de Mayo, y de a poco vamos descubriendo la breve historia de esta disciplina, que al parecer desapareció décadas atrás sin dejar rastro.
Larraquy tardó siete años en escribir su primer libro, de ciento cincuenta páginas, y pasaron otros tres hasta la aparición de este segundo, que tiene la mitad. No sabemos cuánto demorará en publicar el próximo, pero intuimos que habrá un tercero y un cuarto, porque en lo que hasta ahora dejó ver de su trabajo se advierte la idea de un proyecto literario. Un proyecto difícil de definir, para el que términos como cuento, novela o poesía son insuficientes. Lamentablemente no podemos saber qué pensarían de la necesidad de nuevas categorías literarias nuestros extremos amigos rusos: si pedirían otra ronda de vodka para pensarlo, o echarían mano presta a los cuchillos..

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lunes, 10 de febrero de 2014

Nota sobre "El desierto y su semilla", de Jorge Baron Biza (Eterna Cadencia) en revista Otra parte

LITERATURA ARGENTINA


El desierto y su semilla

Jorge Baron Biza
Gerardo Tipitto

El desierto y su semilla, de Jorge Baron Biza, novela publicada en 1998 y ahora reeditada, impacta de movida por la espeluznante historia familiar que, de algún modo, la envuelve y la origina. Sin embargo, desde su cuidadoso movimiento de aceptación y de protesta frente al anclaje de lo cierto –motivado por algo semejante a lo que en el final se llama “actitud lírica”–, la historia puede ser leída como lo que también es: una narración extraordinaria.
Contados en primera persona por su protagonista, Mario Gageac, los doce capítulos en los que se divide el relato –alrededor de quince años de intervalo “real”: los nombres propios y ese manejo del tiempo son recursos que nos sitúan ya en la ficción– tienen como matriz o como impronta un trabajo de reconstrucción.
Resulta que, según se lee al comienzo –y es imposible pasarlo por alto–, instantes después de concertar un demoradísimo divorcio, Arón, el padre, sirve un par de vasos de whisky como para brindar. En sus manos, uno es arma. El contenido –vitriolo, cuya etimología y alquimia significados por el profesor italiano que más adelante interviene en la cura son reveladores–, es arrojado a la cara de Eligia, la madre, frente a Mario y los abogados. El daño es inmediato y, a la vez, es continuo.
Frente a este bestial, poderosísimo arranque, lo que viene, no obstante, no deja de deslumbrar.
Mientras Eligia y Mario empiezan con el periplo de la cura que los va a llevar a Milán –la milagrosa Italia de los sesenta es el escenario de la mayor parte de la novela; otro poco transcurre en un país con el peronismo proscripto–, Arón vuelve a la escena del crimen y la corona pegándose un tiro. Con ese bagaje, de un modo franco o a veces tangencial, con aciertos y retoques, emulando casi lo que pasa en la cara quemada de la madre, Mario va a transcribir, a recrear, el período de la restauración. El trabajo –el relato–, por áspero y escabroso, no va a ocultar descripción ni detalle. Abultamientos, huecos, tonalidades y costras se notan en las heridas de Eligia, y de la calavera al colgajo, su dolor, su silencio y su entereza serán una línea constante todo a lo largo. El mal y la crueldad, pero también la aceptación de lo propio, compondrán las notas fuertes, y breves, que dibujan una más tenue silueta del padre. El hijo, por su parte, se entregará a una deriva entre la responsabilidad diurna de la atención a la madre y las aventuras y el aprendizaje propios de una suerte de picaresca personal –trasnochada, bajo influjo persistente del alcohol– en la que el desengaño y ciertas dosis de cruda realidad observadas en los seres y en las cosas serán como una pátina que va tiñendo su carácter.
Invocando lo que en él dejó una educación en bellas artes, Mario será capaz de narrar un paisaje, el dolor, la piel abrasada o la agresión, y su íntimo parentesco con lo uno y lo otro, con una suerte de ojo crítico del mundo que sin embargo tiende a embellecerlo.
En su “Prólogo” a ese otro gran libro de este autor, Martín Albornoz acierta cuando señala que, al margen de lo biográfico o lo familiar, el modo de narrar este drama, sobre todo, es muy hermoso.

Jorge Baron Biza, El desierto y su semilla, prólogo de Nora Avaro, Eterna Cadencia, 2013, 224 págs.

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