viernes, 18 de julio de 2014

Las lecciones de amor de Jaume Vallcorba (Acantilado) a un joven editor


 El último informe de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) no habla del amor. Ni de cómo mantener incorrupta la pasión por los libros, a pesar de la debacle, de las ventas en picado, de la falta de solución para remontar el batacazo, de la facturación dramática en un país empobrecido, ni del libro convertido en un objeto de lujo. El amor en tiempos del cólera lo pone el profesor Jaume Vallcorba, el editor más elegante de este país, desde que en 1999 fundara la editorial Acantilado.
Hace unos días hizo llegar una conferencia a los editores del futuro, que se forman en el Instituto de Educación Contínua de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en el marco de clausura del Máster de Edición, que dirige Javier Aparicio Maydeu, donde el maestro esboza su legado en forma de código de buenas prácticas del editor sin fisuras. El texto al que este periódico ha tenido acceso contiene las claves de la supervivencia de un oficio, en las que no oculta los peligros a los que el propio sector ha arrastrado a su amada tarea.
UNO: EDITAR ES AMAR
La última palabra de Jaume Vallcorba escrita en su conferencia es la mayor lección de todas: “amor”. El amor es irrenunciable para el editor. No hay nada que se le interponga, que le distraiga de sus tareas, que le haga perder su tesón y su voluntad, al menos en aquellos editores cuya voluntad es la de crear libros que acompañen toda una vida, no unas paradas de metro. El amor por sus autores está por encima de todo, para conseguir de ellos “el máximo de sus posibilidades”. “Ayudarle a mejorar, créanme, no significa adaptar el texto a los gustos imperantes, en aras de una mayor popularidad o una mayor venta, sino ayudar a limar las asperezas que lo afean o lo desfiguran”. Con ellos en los aciertos y en los éxitos, en los errores y los fallos. El amor no se agota nunca. Ni siquiera treinta años después.
DOS: UN EDITOR TIENE RESPONSABILIDADES
Y no sólo con su empresa. Sobre todo, con la sociedad en la que interviene. Para Vallcorba un editor debe asumir ciertas responsabilidades, porque de su oficio deriva la construcción de una personalidad, ya sea individual o social. El editor tiene alcance al pensamiento humano, dice. “Editar, ha sido para mí, desde el principio, proponer a unos amigos que no conocía una lectura que pensaba que les podía gustar, estimular y enriquecer. Estoy convencido de que un libro es capaz de modificar a su lector por el simple hecho de haberlo leído; que puede cambiar, en el lector, algo importante”. Nadie es la misma persona antes y después de la lectura.
TRES: LAS VENTAS NO LO SON TODO
De hecho, si el libro no tiene ningún atractivo, aún con muchas ventas, “se verá fuera del ámbito personal de interés y actuación de un editor tal como yo lo concibo”. Y lo concibe como un oficio en el que confluye el trabajo intelectual y artesanal, desde la idea a la publicitación, distribución y venta. Vallcorba nunca ha renunciado al “tino empresarial”, ni a la visibilidad del libro. Porque “sin visibilidad, no hay existencia”.
CUATRO: UN TRABAJO INVISIBLE Y TRANSPARENTE
El editor está escondido tras las páginas, se hace “invisible” y “transparente”. “Me habrán oído decir que creo que un libro debe ser como una pantalla cinematográfica, en la que la acción se desarrolle sin que ésta sea percibida: una errata, una mala traducción, una mala edición, una mala tipografía son manchas en esa pantalla”. Vallcorba recomienda que sólo en un punto el libro y el editor deben hacerse visibles: en la librería, compitiendo con el resto de novedades. Ojo con el diseño: “Creo que un libro, más que llamar la atención por su estridencia, lo debe hacer por su silencio”.
CINCO: EL CATÁLOGO ES UN GRUPO DE AMIGOS
El marco al que se refiere Vallcorba es el catálogo, donde se relacionan autores que entran en diálogo. “Lo más importante será el grado de sintonía, la amistad que pueden establecer los libros entre ellos, fruto de esa simpatía espiritual que habrá sabido poner de relieve su editor”. “Con los libros pasa lo mismo que con las personas. Y no es lo mismo encontrar a Stefan Zweig por la calle en compañía de cualquiera que en la de Joseph Roth, que fue un amigo cercano en vida, o en la de Chateaubriand, con quien dialogo desde la distancia en el mundo del espíritu”.
Con ser un clásico no basta, asegura. El autor necesita de sus amigos, necesita sentirse a sus anchas en una conversación civilizada. “Es esa conversación la que ayuda a construir un marco y la que da forma a cualquier catálogo editorial”. El editor es el responsable de su coherencia, de las amistades, es la persona responsable de poner en contacto a autores en común, con lectores que se reconozcan de golpe en ellos.
SEIS: EL DESIERTO ES INTERNET
“El mejor de los libros puede hacerse invisible a sus hipotéticos lectores sin el trabajo fundamental que sobre él debe ejercer su editor. Cada día aparece un número indeterminado de libros nuevos, algunos de ellos verdaderamente valiosos, que son destruidos al cabo de un tiempo por una guillotina implacable. Y muchos otros que aparecen colgados en internet, como ahorcados mecidos por el viento, sin que nadie les preste atención. Lo infinito de internet se asemeja peligrosamente al desierto. A un desierto estéril”, dice. ¿Los hay fértiles? El énfasis contra la autoedición le hace redundar al editor, que define su tarea como salvador de libros interesantes al darles un marco.
SIETE: MEJOR EL PAPEL
Como la forma cuenta en la configuración del marco, “una manera de subrayar esta comunión, sin duda, reside en el aspecto que adquiere el objeto en el que el libro toma cuerpo”. “Es quizás por esto que soy tan poco amigo de las pantallas electrónicas”. Vallcorba subraya la importancia de la forma que toman los libros de una editorial como “algo fundamental”. Hacer lo contrario, hacer cada libro distinto a los demás, tender al pelotazo puntual y la desintegración de la imagen de colección, es “darle un protagonismo material, es tender a lo excéntrico y a lo raro”. Es una de las claves del éxito comercial, pero “privarlo de estar en una sala en conversación con sus potenciales amigos”.

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viernes, 4 de julio de 2014

Fragmentos reunidos de la cultura estadounidense

 

  Con pulso de artesano, Sherwood Anderson narra la vida de un pueblo norteamericano de principios del siglo XX, en donde las fantasías ocultas, la religión y la concepción del trabajo son algunos de sus ejes.Eterna Cadencia acaba de editar Winesburg, Ohio, título que dejó una marca en la historia de la literatura estadounidense. Se trata de un libro relevante no tanto por ser uno de esos clásicos leídos, conocidos y repetidos por todos, sino, en todo caso, por ser parte del caudal inicial que moldeó la escritura de autores como Faulkner y Hemingway. Publicada originalmente en 1919 la ¿novela? de Sherwood Anderson narra en 22 historias fragmentos de la vida y la obra de un grupo de personajes de Winesburg, pueblo de media o pequeña escala. En varios de los relatos Anderson utiliza como vehículo a uno de sus personajes, George Willard, reportero del Winesburg Eagle, y candidato a escritor, para recorrer el terreno e interactuar con el resto de los personajes. 

Uno de los mayores logros del libro es la sensación de cercanía que provoca Anderson entre sus personajes y el lector. Con sus operaciones consigue un efecto doble, por un lado narra la historia de estos pueblerinos y a la vez alumbra la intimidad, sus verdaderos deseos, como cuando enfoca a la madre de George: "Soñaba con unirse a alguna compañía y viajar por el mundo, viendo siempre caras nuevas, dando algo de ella a la gente", y se detiene en sus impulsos, en sus frustraciones, incluso en la idea de sacrificio: "Dios puede golpearme con sus puños. Recibiré cualquier golpe que pueda descargarse sobre mí con tal de que a mi hijo se le permita expresar algo en el nombre de los dos." Y la presencia de Dios no se restringe sólo a la vida de Elizabeth, reaparece en el libro en distintas maneras, como en el caso de Piedad, una historia en cuatro partes, relato en el que su protagonista, que padece un nivel enfermizo de ambición, conecta su presente con una serie de fantasías bíblicas, también vinculadas al sacrificio: "Debo poner la sangre del cordero en  la cabeza del chico", murmuró Jesse cuando los troncos habían empezado a arder con fuerza, y tomando un cuchillo largo de su bolsillo dio media vuelta y caminó velozmente hacia David." Y aunque Jesse no desea hacerle daño a su nieto no logra comunicar sus verdaderas intenciones, la idea de tributar un animal y agradar a Dios, sino que genera una sensación de peligro ante la persona que considera más importante en su vida.  
Anderson le confía al lector lo que permanece oculto para el resto de los habitantes de su libro, y esto construye un pacto de lectura intenso, con el paso de las páginas se es, a la vez, lector y confidente de los personajes. Y su prosa es fluida, incluso con pocas palabras describe momentos trascendencia, encuentra la revelación en cada historia. «