Con pulso de artesano, Sherwood Anderson narra la vida de un pueblo norteamericano de principios del siglo XX, en donde las fantasías ocultas, la religión y la concepción del trabajo son algunos de sus ejes.Eterna Cadencia acaba de editar Winesburg, Ohio, título que dejó una marca en la historia de la literatura estadounidense. Se trata de un libro relevante no tanto por ser uno de esos clásicos leídos, conocidos y repetidos por todos, sino, en todo caso, por ser parte del caudal inicial que moldeó la escritura de autores como Faulkner y Hemingway. Publicada originalmente en 1919 la ¿novela? de Sherwood Anderson narra en 22 historias fragmentos de la vida y la obra de un grupo de personajes de Winesburg, pueblo de media o pequeña escala. En varios de los relatos Anderson utiliza como vehículo a uno de sus personajes, George Willard, reportero del Winesburg Eagle, y candidato a escritor, para recorrer el terreno e interactuar con el resto de los personajes.
Uno de los mayores logros del libro es la sensación de cercanía que
provoca Anderson entre sus personajes y el lector. Con sus operaciones
consigue un efecto doble, por un lado narra la historia de estos
pueblerinos y a la vez alumbra la intimidad, sus verdaderos deseos, como
cuando enfoca a la madre de George: "Soñaba con unirse a alguna
compañía y viajar por el mundo, viendo siempre caras nuevas, dando algo
de ella a la gente", y se detiene en sus impulsos, en sus frustraciones,
incluso en la idea de sacrificio: "Dios puede golpearme con sus puños.
Recibiré cualquier golpe que pueda descargarse sobre mí con tal de que a
mi hijo se le permita expresar algo en el nombre de los dos." Y la
presencia de Dios no se restringe sólo a la vida de Elizabeth, reaparece
en el libro en distintas maneras, como en el caso de Piedad, una
historia en cuatro partes, relato en el que su protagonista, que padece
un nivel enfermizo de ambición, conecta su presente con una serie de
fantasías bíblicas, también vinculadas al sacrificio: "Debo poner la
sangre del cordero en la cabeza del chico", murmuró Jesse cuando los
troncos habían empezado a arder con fuerza, y tomando un cuchillo largo
de su bolsillo dio media vuelta y caminó velozmente hacia David." Y
aunque Jesse no desea hacerle daño a su nieto no logra comunicar sus
verdaderas intenciones, la idea de tributar un animal y agradar a Dios,
sino que genera una sensación de peligro ante la persona que considera
más importante en su vida.
Anderson le confía al lector lo que permanece oculto para el resto
de los habitantes de su libro, y esto construye un pacto de lectura
intenso, con el paso de las páginas se es, a la vez, lector y confidente
de los personajes. Y su prosa es fluida, incluso con pocas palabras
describe momentos trascendencia, encuentra la revelación en cada
historia. «
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