martes, 22 de abril de 2014

La traducción y sus efectos, nota de Silvia Hopenhayn en La Nación.


Por   | Para LA NACION



Walter Benjamin es una figura que brilla en la historia del pensamiento. Por sus textos, sus lecturas, su modo de andar por el mundo y el coraje de su huida, con trágico final. Benjamin se suicidó mientras escapaba de los nazis, el 26 de septiembre de 1940, en la población catalana de Portbou. No logró (o no quiso) llegar a Nueva York, donde lo esperaba su amigo Theodor Adorno.
Benjamin fue un excelso crítico de arte, filósofo andariego, ensayista de su tiempo. Si bien sus escritos sobrevolaron todo el siglo XIX y primeras décadas del XX, hay dos autores que fueron pilares de su ensayística (y existencia): Charles Baudelaire y Franz Kafka. Benjamin se dedicó a Kafka en distintos momentos de su vida; su primer trabajo extenso, publicado en 1934, apareció en la revista Sur bajo el título "Ensayos escogidos". Sus amigos más cercanos, apuntalaron sus comprometidas lecturas del autor del cuento "Ante la ley". Bertolt Brecht pensaba que, con sus reflexiones, Benjamin "se hacía la cama al fascismo judío". Scholem dijo que Benjamin "sabía que tenemos en Kafka una teología negativa del judaísmo". Por su parte, el propio Benjamin confesaba que la lectura de Kafka le provocaba un tormento físico.
Una oportunidad de comprender mejor este tormento -e íntima comunión- es la lectura del recién editado Sobre Kafka, textos, discusiones, apuntes, de Walter Benjamin (Eterna Cadencia), en cuidada traducción de Mariana Dimópulos, también autora del revelador prólogo. Allí señala: "Acaso a primera vista se trate de una interpretación literaria; es también una discusión sobre el origen y la posibilidad del derecho". El concepto de verdad y el de origen aparecen ligados, a través del propio Benjamin, en la obra de Kafka.
Aquí me gustaría festejar un contagio, el del traductor con la obra traducida. Un pasaje misterioso de la lengua que establece uniones particulares. ¿Acaso Edgar Allan Poe no se infiltró en la tinta de Cortázar, luego de que éste dedicara años a traducir toda su obra, por encargo de la Universidad de Puerto Rico en 1956, antes de escribir la mayoría de sus cuentos fantásticos? ¿Quedó Borges indemne al traducir Bartleby, el escribiente, de Hermann Melville, y sobre todo La metamorfosis, de Kafka?
La novela recién aparecida de Mariana Dimópulos, Pendiente (Adriana Hidalgo), es un fruto delicioso de su tarea literaria en distintas lenguas. De prosa fina, seca y profundamente audaz, consigue que sentimientos recónditos afloren en el cuerpo, casi como un calambre de amor. Esther Cross calificó bellamente su libro de "novela de acción pasional". Podría entonces decirse que la traducción es una experiencia única de lectura que atraviesa al escritor, y en felices ocasiones, produce obras subrepticiamente ligadas. Dimópulos también es responsable de la conmovedora y lúcida Correspondencia 1930-1940, de Gretel Adorno con Walter Benjamin, publicada por Eterna Cadencia y de los insondables cuentos de Robert Musil dedicados a las mujeres: Tres mujeres y Uniones, editados en El Hilo de Ariadna.

NOTA AQUÍ

martes, 15 de abril de 2014

DURANTE LA FERIA WALDHUTER PRESENTA 6000 TITULOS


Los visitantes de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires encontrarán en la distribuidora Waldhuter 6000 títulos, entre novelas y ensayos, de los cuales mil serán novedades producidas por más de un centenar de editoriales argentinas, chilenas, españolas y mexicanas.
El stand 520 del Pabellón Azul exhibirá en esta 40 edición el más diverso fondo bibliográfico de narrativa y humanidades con obras publicadas por sellos nacionales independientes, pero sobre todo por editoriales extranjeras en estos rubros.
En su mayor parte de España (Acantilado, Atalanta, Alpha Decay, Errata Naturae, Impedimenta, Libros del Asteroide, Nórdica y Periférica, entre otras), pero también de Chile (Cuarto Propio, Metales Pesados, Tajamar y Ediciones Diego Portales) y México (Almadia y Red Altexto), cuyos catálogos no suelen circular con demasiada fluidez en el mercado local.
Entre otras novedades de narrativa, el buscador de perlas podrá encontrar: la nouvelle "Querido Diego, te abraza Quiela" del Premio Cervantes 2013, Elena Poniatowska (Impedimenta); "La casa de hojas" y la obra debut de Mark Z. Danielewski, quien ha sido comparado por este libro con Joyce, Melville, Borges y David Lynch (Alpha Decay).
También "Cartas a Felice" de Franz Kafka, 500 epístolas que revelan el mundo íntimo del gran autor checo (Nórdica), "Algún día este dolor te será útil" de Peter Cameron, considerada por la crítica estadounidense como una de las mejores novelas de los últimos tiempos (Libros del Asteroide), y "El camino al lago desierto de Franz Kain", autor fundamental por primera vez traducido al castellano (Periférica).
Otro hallazgo que llegará a la mesa de novedades es "Trébol de cuatro hojas", obra que nace de la confluencia en los años cincuenta alrededor de la ensoñación de los franceses Lise Deharme, musa del surrealismo; André Breton, precursor de aquel movimiento; Julien Gracq, "el último clásico"; y el poeta y dramaturgo Jean Tardieu (Demipage).
Entre las crónicas, se destaca el desembarco de un libro que solo existía en una edición en castellano de 1976: "El combate de Norman Mailer", donde el padre del Nuevo Periodismo relata los pormenores de uno de los encuentros más célebres de la historia del boxeo: el de George Foreman y Muhammad Alí, que tuvo lugar en Zaire (hoy República Democrática del Congo) el 30 de octubre de 1974 (Contra).
También arribarán, entre los ensayos, "La utilidad de lo inútil", un manifiesto del italiano Nuccio Ordine contra la idea de que la ganancia se convierta en un fin en sí mismo (Acantilado), y "¡El arte o la vida! El caso Rembrandt" de Tzvetan Todorov, donde el pensador se interroga sobre cómo se desarrolla el proceso que convierte a alguien en un artista de excepción (Vaso Roto Ediciones).
Y, entre los libros-objeto más codiciados del stand estará "Museo Hérge", una edición de diseño, concebida como un museo de papel, que invita a descubrir el mundo de Georges Rémi (Zephyrum).

martes, 8 de abril de 2014

"La descomposición" otra vez al alcance de los lectores


 Afortunadamente abril nos trae otra vez a las estanterías "La descomposición" del fantástico escritor Hernán Ronsino. Este amante de las letras nacido en Chivilcoy, sociólogo y docente de la Universidad de Buenos Aires, vuelve a editar su novela que arrancó deslumbrando a todos y terminó siendo parte de la trilogía Glaxo (2009) y Lumbre (2013).
Recurriendo a una prosa pausada pero simultáneamente llena de acción,  el autor nos adentra en el mundo pampeano que no se anda con chiquitas. Ronsino nos habla de "vientos húmedos, rastreros", tornados, de amaneceres en el campo, hombres sudorosos que cruzan palabras y escopetas,  de "alpargatas que al pisar el pasto, provocan un sonido suave, amortiguado", de días y momentos que son tan pequeños "como un grano de maíz tirado en la pampa".  Ronsino describe personajes pregnantes como el Bicho Souza, Kieffer o el Viejo Pujol que van cobrando vida a través de las páginas, que se suceden en un ambiente denso pero al mismo tiempo de aire puro en la provincia. Una dualidad entre vida y muerte que flota a lo largo de toda la prosa.
 Hay violencia que siempre está a punto de explotar, no sólo física sino también la violencia que se da en la desmantelación de un futuro que no llega, de una familia que se rompe, de la naturaleza que nos muestra su furia.
 En un breve cruce de palabras con Hernán Ronsino hablamos de esta reedición de su primera novela. Un libro de lectura obligada dentro de la literatura argentina contemporánea.
 DR: ¿Qué te genera que se vuelva a publicar "La descomposición"?; ¿Hay gérmenes y continuidades;  o quiebres y rupturas con tu presente?
Hernán Ronsino: La descomposición es mi primera novela. Se publicó en 2007. Es decir, es un libro más o menos reciente. De modo que Eterna Cadencia decida reeditarlo, volverlo a poner en circulación, es una gran alegría para mí. El libro reaparece después de la edición de Glaxo y Lumbre. Y seguramente será leído, a diferencia de como fue leído cuando apareció, en relación con esos libros. Por lo tanto, la reedición pone a la novela en otra trama de lectura, que la conecta con el mundo que se fue desplegando tanto en Glaxo como en Lumbre. Por eso mismo siento que en La descomposición está el comienzo de una búsqueda narrativa, la fundación de un universo, pero también es una novela que condensa, de un modo particular, un tema que - y cada vez más lo siento así - tiene que ver con la reflexión sobre la escritura y la muerte.
En "La descomposición" Ronsino relata: "Algunos nacieron para ir a la guerra, algunos espíritus guerreros; pero otros, como yo, no saben hacer otra cosa que soñar con las palabras. No me queda otra salida". Palabras de un escritor que sabe de lo que escribe.
La descomposición
144 págs. | Eterna Cadencia. PH- Lucio Ramírez

NOTA COMPLETA

Nota de Beatriz Sarlo sobre "Sobre Kafka" (Eterna Cadencia), textos, discusiones y apuntes de Walter Benjamin.

Walter Benjamin fue un detallista.
Las disidencias permanentes, abiertas o subterráneas, con su amigo T.W. Adorno se originan en esa propensión a mirar los textos como quien se acerca a una miniatura. En las cartas que intercambia con Benjamin, Adorno siempre termina solicitándole una totalización. Para Adorno, a Benjamin siempre le falta algo. Posiblemente tuviera razón. Y también Benjamin tuviera sus razones para no llegar nunca a ese momento supremo de la dialéctica.
Max Brod dijo sobre Kafka: “Inabarcable era el mundo de los hechos importantes para él”. La frase describe también a Benjamin. Los textos, los grabados, las fotografías, los objetos, las noticias eran inabarcables y eso explica el carácter inconcluso de París, capital del siglo XIX. Con el “método Benjamin”, la proliferación de transcripciones era infinita. Marx, en una conocida sentencia, afirmó que “lo concreto es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad en lo diverso; aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no como punto de partida”. El “método Benjamin” difiere de esa síntesis porque, en lo concreto, busca siempre el momento analítico. Por eso, Adorno le advertía que era insuficientemente dialéctico.
Para Benjamin, como para Kafka, el mundo es inabarcable precisamente porque su mirada se especializa en los detalles que se convierten en hechos importantes. Por esta razón, en los escritos de Benjamin sobre Kafka se critica la interpretación teológica y la interpretación psicoanalítica: ambas saltan por encima de eso verdaderamente importante. Según Benjamin, Kafka debe ser interpretado desde el centro de su “mundo de imágenes”.
Y da un ejemplo. Es posible leer El proceso como representación de un tribunal que funcione en un mundo inferior. Sin embargo, El proceso es algo más preciso que esta vasta generalidad. Depende de una escritura concreta, “de la vida cotidiana en patios traseros, salas de espera, etc., siempre en nuevos lugares nunca esperables, a los que el acusado a menudo no se dirige sino que se extravía”. La mirada puesta en el detalle reconoce en una sala de techos bajos el centro alegórico de ese mundo de imágenes. Esos techos que obligan a inclinar la cabeza son las columnas de iglesias medievales.
Esta alegoría remite a lo teológico sólo de manera quebrada: “La obra de Kafka es profética. Las singularidades sumamente precisas de las que está repleta la vida tratada en esta obra deben ser entendidas por el lector sólo como pequeños signos, indicios y síntomas… Kafka está tan colmado de estas cosas que no es imaginable ningún suceso que no quede distorsionado bajo su descripción. En otras palabras, todo lo que él describe hace declaraciones sobre algo distinto de sí mismo”. Pero ese “algo distinto” queda incompleto e inconcluso. La dimensión profética no es el relato de lo porvenir sino su imposibilidad, porque siempre se impone la dilación y las cosas proliferan siempre.
Kafka representa por medio del detalle. Los gestos son, obviamente, el detalle de lo subjetivo. Así, Benjamin lee en Kafka su propia epistemología: “Seguramente lo más inabarcable para Kafka es el gesto. Cada uno de ellos es un suceso, incluso podría decirse un drama, en sí”.
Con su genio para encontrar y contraponer textos, Benjamin somete esta tesis suya a una fulgurante demostración, que comunica a Scholem en una carta de 1938. La obra de Kafka “es una elipsis cuyos focos, muy alejados entre sí, están determinados por la experiencia mística (que es ante todo la experiencia de la tradición), de un lado; del otro, por la experiencia del hombre moderno de la gran ciudad”. El profetismo moderno es contemporáneo del de la ciencia.
Y aquí Benjamin muestra la amplitud de su propio gesto de lectura. Cita un texto científico que, al analizar con extrema precisión un gesto mínimo (alguien va a entrar en un cuarto), capta cada una de las invisibles partes que hacen posible ese acto. En efecto, esas partes son invisibles para quien no tenga la mirada microscópica o la óptica de la ciencia. Después, Benjamin concluye: “No conozco en la literatura ningún otro pasaje que exponga en el mismo grado el gesto de Kafka”.
Voy a hacer una lectura anacrónica, de adelante hacia atrás. Se me ocurre por primera vez que Benjamin ha hecho con el detalle, con el foco de la mirada aplicado a lo más cercano y mínimo, un gesto a la Roland Barthes. Los que, como yo, leyeron Mitologías y Ensayos críticos en los años 60 todavía no podían saber que ese gusto por el detalle, el gesto y su contraposición íbamos a encontrarlo en Walter Benjamin, leído en los años 70. Barthes y Benjamin no tienen el mismo paradigma crítico, pero tienen sensibilidades afines hacia lo concreto y lo que se repite plegándose y desplegándose (Benjamin usa ese verbo por lo menos una vez).
Elias Canetti ha dicho que Kafka “se revela como un escritor en el sentido de Flaubert, para quien nada es trivial siempre que sea exacto” (El otro proceso de Kafka. Sobre las cartas a Felice). Imaginemos que sucede algo semejante con Barthes. Imaginemos que Barthes ha aprendido a leer en Flaubert. Seguramente Adorno podría objetar a Barthes lo mismo que a Benjamin: el defecto de la totalización ausente, de la síntesis que Benjamin desplaza siempre y no realiza nunca del todo y que Barthes, sencillamente, rechaza.
En una carta de 1934 a Scholem, Benjamin reconoce (con reparos) la dimensión “mesiánica” de la obra de Kafka, pero, en el párrafo siguiente, agrega que “la constante insistencia sobre la ley” es el “punto muerto de su obra, con lo que sólo quiero decir que precisamente partiendo de él no me parece factible moverla a una interpretación”. Sobre esto, recuerdo ahora lo escrito por Kafka: “En general nuestras leyes no son conocidas, sino que constituyen un secreto del pequeño grupo de aristócratas que nos gobierna”. Y enseguida: “La única ley, visible y exenta de duda, que nos ha sido impuesta, es la nobleza”, que queda oculta al conocimiento y se manifiesta en lo visible que, por ser visible, no es la ley. Entonces, sólo es posible desplegar los detalles, las escenografías (como en las novelas) y los gestos.
Benjamin rechaza las interpretaciones trascendentes porque las fuerzas prehistóricas (las más arcaicas, las anteriores al mito y a la ley) podrían estar actuando también hoy, en nuestro presente, bajo nombres y formas que no alcanzamos a conocer. Es casi seguro, argumenta, que concebir el pasado en forma de culpa obliga a definir el futuro en forma de juicio. Pero, ¿qué más? Solamente que las formas del juicio son gestos y detalles.
La profecía nos llega bajo la forma de lo singular concreto, de lo inmanente. Benjamin cita a Soma Morgenstern, el vienés judío amigo de Joseph Roth, que definió este lado concreto de Kafka también con una imagen: “En él domina el aire de pueblo como en todos los grandes fundadores de religiones”. En las parábolas cristianas y judías reconocemos ese “aire de pueblo”, como también en los cuentos maravillosos.
En la aldea kafkiana, los personajes son los padres, los funcionarios y los ayudantes. En esa organización, los lectores podrán descubrir (también en un golpe de anacronismo) que los ayudantes son seres inacabados, nebulosos, simples, torpes, mensajeros imprescindibles, muchachos que persisten en su ser incompleto. Benjamin agrega: “Para ellos y sus semejantes hay esperanza”. Como los “muchachos” de Gombrowicz, su inmadurez los sustrae del juicio y del imperio de la ley. La “organización” (que construye una muralla china, administra el juicio, define la llegada al castillo) los necesita. Son el precario instrumento de bestiales poderes.
Desde este punto, Benjamin llama al olvido: “Cuando otras figuras de las novelas tienen algo para decir a K., lo hacen –sea lo más importante, sea lo más sorprendente– incidentalmente y como si, en el fondo, él ya lo supiera desde hace mucho tiempo. Es como si allí no hubiera nada nuevo, como si sólo disimuladamente se formulase al héroe la petición de que piense en algo que ha olvidado”. Para Benjamin, el olvido es una pieza central en la técnica kafkiana de narrar. Agregaría otra, que Benjamin también señala: en las historias de Kafka las peripecias difieren la llegada de un porvenir. Es decir que, formalmente, difieren el desenlace.
Por eso, en apuntes tempranos, Benjamin escribió: “Construir la categoría de la espera a partir de esta novela (El proceso). Así también la categoría teológica de la ‘postergación’. Postergación en el orden del tribunal, cuyo momento más importante es: el proceso se va transformando poco a poco en condena. Esperar: en principio, para esto hay que ir siguiendo cuándo, dónde, con qué frecuencia se representa al personaje principal esperando.
Domingo infernal y de condena como día de espera”. Significativamente, como si hubiera tenido que llegar a esto, Benjamin, en los últimos “Apuntes”, registra que la palabra “Dios” no aparece en la obra de Kafka, “y nada es más ocioso que introducirla en su elucidación. Quien no entienda qué es lo que prohíbe a Kafka el uso de este nombre, no entiende de él ni una línea”.
Igualmente, puede preguntarse: ¿la palabra Dios no está porque no puede ser dicha ni pronunciada, porque el centro de todo no puede nombrarse?, ¿o no está porque el mundo de Kafka es más arcaico, anterior a la ley y, por lo tanto, al Dios de las leyes? La dimensión teológica amenaza como un instrumento escondido en la gaveta de quien quiere ocultarlo porque, para él, también el mundo es secreto.
Cuatro ensayos, discusiones epistolares con sus amigos, apuntes. Son éstos y no más los textos que tenemos sobre Kafka escritos por Benjamin. La edición de Mariana Dimópulos los publica y traduce todos. Por primera vez están juntos en castellano, publicados por Eterna Cadencia en Buenos Aires, en una lengua que es perfectamente afín a la que leemos como español rioplatense, nuestra lengua para el ensayo.
Queda por decir que el primer texto incluido fue traducido antes por H. A. Murena, en 1967 (Ensayos escogidos, Editorial Sur). Queda también por decir que Mariana Dimópulos es hoy nuestra traductora de Benjamin y que la misma editorial Eterna Cadencia ya publicó El París de Baudelaire y la Correspondencia entre Gretel Adorno y Benjamin. Los lectores latinoamericanos pueden estar seguros de que no necesitarán buscar traducciones alternativas en otras lenguas y los académicos solamente tendrán sobre su escritorio los libros en alemán y en castellano. Siento agradecimiento y alivio.
Quienes comiencen a leer a Benjamin abrirán el libro en el prólogo de Dimópulos, que organiza con precisión las fuentes filosóficas e incluye algunas citas reveladoras de Döblin, Tucholsky, Moses Hess y, finalmente, Claude Lefort. El prólogo es buena noticia no sólo para los que están llegando a Benjamin, sino también para quienes lo venimos leyendo desde las traducciones españolas de los años setenta que, ahora, deben conservarse como prueba del deseo que nos empujó a atravesar muchas páginas incomprensibles y de las dificultades no resueltas que encontraron aquellos traductores.

NOTA COMPLETA

viernes, 4 de abril de 2014

“Hay poca tensión literaria sobre lo que pasa alrededor”, nota sobre los editores de Nórdica y Capitán Swing, en El País.


Diego y Daniel son hermanos y editores de novelas y ensayos respectivamente
Han trabajado juntos por primera vez con el libro Atlas de islas remotas, de Judith Schalansky

Son hermanos y editores. Diego tiene 38 años, y Daniel tiene 34. Llegaron por distintas vías al mundo de la edición; Diego publica ficción, fundamentalmente nórdica, y de hecho su editorial se llama Nórdica, y aunque publicó también el Manifiesto comunista (“un bombazo de la leche”), es su hermano Daniel el que publica “libros y autores más rojos” con el sello Capitán Swing, nombre de un héroe colectivo de la revolución industrial inglesa.
Se hicieron editores por casualidad, vocación e insistencia, y han ido por caminos separados, hasta que un libro raro, Atlas de islas remotas, de Judith Schalansky, sobre las islas más alejadas y solitarias del mundo, los juntó en un éxito editorial que ellos no se esperaban. Es lo primero que hacen juntos, y no será lo último. Vienen de diferencias evidentes (Diego adora a Knut Hamsun, es su autor favorito, como lo fue de Carlos Barral, “y de Jordi Herralde; siempre me manda una nota cuando lo publico”) y Daniel publica ensayos “que tienen que ver con la realidad, con el sufrimiento de la gente”. “Nos queremos mucho”, dice Daniel, “pero si hiciéramos lo mismo nos llevaríamos a hostias”.
El mayor ha heredado de los padres la pasión por la buena vida, y de hecho cuando llega a esta sobremesa en el viejo café de los escritores se pide un combinado de vodka que bebe con la delectación de los gourmets; es, también, buen cocinero (“¡de cosas nórdicas!”), mientras que Daniel se conforma con el agua y con el vino tinto y a lo que más llega en la cocina es a las croquetas de bacalao que le enseñó su abuela.
Los dos son sociólogos; a Diego le gustaban en la carrera “los libros de ensayo que publica Dani”, pero luego, dice, siendo librero en Crisol, “descubrí que la literatura cuenta lo mismo que el ensayo y a mí me llega más”. Dani: “Pues a mí me gusta contar qué pasa de veras, no lo que le pasa al ombligo del individuo… Aun así, he publicado La jungla, de Arthur Sinclair, y El financiero, de Theodore Dreiser… Novelas que en los años veinte de Estados Unidos fueron capaces de cambiar la legislación sobre condiciones laborales o sobre otros asuntos sociales…”. El suyo es el compromiso directo, “y ahora hay poca tensión literaria sobre lo que pasa alrededor”. Rafael Chirbes le parece a Dani una excepción.
Nórdica nació en 2005, cuatro años más tarde nació Capitán Swing, el nombre de un revolucionario ignoto. En una de las últimas Ferias del Libro, una mano (“no fui yo, pero me sumo a la moción”) cerró la caseta de Capitán Swing cuando pasó la princesa Letizia… “No, y no lo hubiera hecho, ni como un acto simbólico, porque además yo soy muy vergonzoso”.
Diego y Daniel Moreno no han terminado a hostias ni siquiera coeditando. Es que Atlas de islas remotas “era un libro perfecto para coeditar: no encajaba en un catálogo ni en otro, es raro. Coeditar es bonito, ¡aunque lo hagan hermanos!”. Ahora Dani está convencido de que su hermano no le ve “como el hermano desastre”.
Diego bebe lentamente, como los viejos editores, de modo que cuando acaba la sobremesa en el Café Gijón aún quedan restos de su combinado. El editor que encarna al revolucionario Capitán Swing ya terminó el agua hace rato.

NOTA COMPLETA

Canciones iluminadas, nota en Adn Cultura sobre "Los Beatles como músicos," de Walter Everett (Eterna Cadencia)















Al margen de las anécdotas y las biografías, Los Beatles como músicos, de Walter Everett, se concentra sólo en la música, curiosamente el aspecto más postergado del grupo inglés
Por   | LA NACION




Muchos libros se han escrito sobre los Beatles, sobre la vida del grupo y de sus integrantes (con anécdotas, entrevistas varias a ellos y a cualquiera que se haya cruzado en sus vidas), sobre su relación con el tiempo que les tocó vivir y su influencia en todo lo que vendría. Pero pocas veces el eje se ha puesto en lo musical estrictamente hablando.
Walter Everett decidió abocarse a ello. En Los Beatles como músicos. De Revólver a la Antología se trata justamente de hablar de música. Y de hacerlo tan seria y concienzudamente que el mismo autor se ocupa de advertir en el prólogo que es necesario cierto grado de conocimiento musical para aprovechar plenamente el libro (en realidad, Everett es aún más estricto, ya que advierte que para poder seguir las discusiones teóricas del libro hacen falta dos años de estudios universitarios en teoría de la música para "algunos temas aún más especializados"). Sin embargo, esto no debería ahuyentar ni amedrentar al simple interesado en leer sobre los Beatles y su música. Porque si bien hay partes (y partituras) que se harán cuesta arriba para un oyente o fan raso, también es cierto que pueden pasarse por alto para disfrutar de aquellas más accesibles, que son muchas y muy valiosas.
Porque con mucho detalle el autor toma la obra de los Beatles, disco a disco, canción a canción, para analizar minuciosamente su estructura, pero también cómo fueron grabados -con qué instrumentos, características técnicas y demás- y cómo es escuchada al ser puesta en un reproductor (más de uno saldrá a comprobar cómo suenan por uno y otro canal, instrumentos, sonidos y voces). Para ello toma no sólo los temas tal como fueron registrados, sino también todas las versiones previas disponibles, tanto oficiales -las incluidas en los tres álbumes de Anthology- como las piratas. Aunque, como se dijo, el eje no está puesto en lo biográfico, Everett sí utiliza datos históricos así como material de entrevistas o datos recogidos de otros trabajos (que están prolijamente indicados en las notas) sobre lecturas, influencias y preocupaciones para entender algunos momentos creativos y enmarcar cada una de las composiciones.
En este sentido el autor a veces va aún más lejos y se juega con algunas interpretaciones personales y arriesgadas. Así, le otorga sentido a acordes o sonidos (en "The Fool on the Hill", por ejemplo, correlaciona ciertas decisiones musicales con rasgos psicológicos del personaje que narra la canción: "Finalmente ubica al loco en el acorde B-2, en la cima de la colina, sentado perfectly still en un mi disonante y anticipatorio", escribe) o lee entre líneas las letras para encontrar significados que confirman sus hipótesis (en otro ejemplo, en este caso sobre "She's Leaving Home", propone que el uso de "buy", "by" y "bye-bye" en distintos momentos refleja "la relación de estímulo-respuesta del egoísmo de los padres y la partida de la hija"); propuestas que, enhorabuena, dan tema para repensar y discutir sobre el punto en particular y sobre teorizaciones del arte en general. En el mismo sentido se ubican sus posturas claramente personales y subjetivas sobre la creatividad y la originalidad a favor de uno u otro músico. Poblado de ejemplos, y de especificaciones, el libro lleva al lector por esa discografía cada vez más compleja, cada vez más ambiciosa, analizando constantes y repeticiones pero también detectando esos saltos que los llevaron a nuevas experimentaciones.
Los Beatles como músicos incluye una introducción, que apropiadamente se titula Preludio, en la que el autor repasa el camino recorrido, es decir, el tiempo beatle desde los orígenes hasta Rubber Soul, materia del primer volumen de su obra (que, esperamos, también encuentre en el futuro traductor y editor local), y dos apéndices, uno con los instrumentos (marcas y modelos) que tocaron cada uno de los Beatles y otro con los que podrían considerarse sus compañeros musicales.

NOTA COMPLETA