Quebrando una regla
implícita de la industria editorial que recomienda no publicar libros en
enero, el sello Eterna Cadencia distribuyó hace unos días la segunda
novela de Larraquy
Si
bien todavía no se conocen los nombres de los polemistas, sabemos por
las agencias de noticias que en la noche del 20 de enero un ex profesor
de literatura amante de la poesía mató a puñaladas a su compañero de
copas después de que le escuchara desafiar "la única literatura
verdadera está escrita en prosa". Sucedió en la localidad de Irbit,
fundada en 1631 en los Urales, y de unos 38 mil habitantes. Los
escépticos de siempre aseguran que al momento de la discusión los
hombres iban muy borrachos. Nosotros sabemos que el alcohol derribó la
última resistencia de un dique de pasión y rencor que tarde o temprano
hubiera desbordado igual. La víctima tenía 67 años y lo imaginamos
ascendiendo a un cielo poblado por los espíritus de Tolstoi, Chejov y
Dostoievsky. Al más apasionado de los lectores de poesía, de 53,
capturado días después mientras se escondía de la Policía, lo podemos
ver ahora en su celda a la espera del juicio, con todo el tiempo por
delante para leer y memorizar los versos de Maiakovski, Simonov, Yesenin
y Tsvetáyeva.
Larraquy tardó siete años
en escribir su primer libro, de ciento cincuenta páginas, y pasaron
otros tres hasta la aparición de este segundo, que tiene la mitad
En la Argentina, donde ese tipo de pasiones se tramitan
por lo general en canchas de fútbol, recitales de rock o durante
fugaces encontronazos de bandas políticas rivales, solemos sublimar el
asesinato por motivos literarios: son los árboles los que mueren para
producir libros de autores a quienes muchas veces desearíamos
estrangular. Precisamente es la muerte (y cierto tipo de espíritus) y lo
que imaginamos que hay o vendrá después de ella, lo que persiste entre
el primer y el segundo libro de Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975), un
escritor que veríamos exonerado durante un juicio literario gracias al
extrañamiento y la novedad que aportan sus novelas. Allá por el 2011,
Larraquy publicó La comemadre: un libro compuesto por dos
relatos en los que se daba cuenta, con una prosa seca, casi de registro,
de algunos experimentos (¿imaginarios?) brutales en los campos de la
medicina y el arte. Aquellas historias, que llamaron rápidamente la
atención de la crítica, evidenciaban las huellas que las vanguardias
(científicas y artísticas) son capaces de dejar sobre el cuerpo humano,
catalizadas por ideas tan delirantes como el progreso y el amor.Quebrando una regla implícita de la industria editorial que recomienda no publicar libros en enero, el sello Eterna Cadencia distribuyó hace unos días la segunda novela de Larraquy, aunque habría que encontrar una palabra más adecuada para este pequeño libro ilustrado por Diego Ontivero y que lleva por título Informe sobre ectoplasma animal. Aquí aparecen otra vez personajes excéntricos y prácticas tan fascinantes como aberrantes, que se dejan leer con morboso regocijo. También está el tono de informe o relevamiento experimental, en este caso abocado a narrar la historia, en la Buenos Aires de principios de siglo XX, de una ciencia imaginaria denominada ectografía. Su fundador, Severo Solpe, y sus enemistados discípulos, Julio Heiss y Martín Rubens, se dedican a fotografiar espectros y ectoplasmas. "Llamamos espectro a un tipo de residuo matérico inscripto en éter que el animal deja tras de sí cuando muere. Del espectro registramos su ectoplasma, que surge por sustracción eléctrica del cuerpo del ectografista", explica Solpe en el libro. Así, primero asistimos a una serie de casos de ectoplasmas registrados (perros, gatos, víboras, sapos, monos, pollos y caballos muertos violentamente) por los miembros de la Sociedad Ectográfica Argentina, que funciona en un tenebroso edificio de la Avenida de Mayo, y de a poco vamos descubriendo la breve historia de esta disciplina, que al parecer desapareció décadas atrás sin dejar rastro.
Larraquy tardó siete años en escribir su primer libro, de ciento cincuenta páginas, y pasaron otros tres hasta la aparición de este segundo, que tiene la mitad. No sabemos cuánto demorará en publicar el próximo, pero intuimos que habrá un tercero y un cuarto, porque en lo que hasta ahora dejó ver de su trabajo se advierte la idea de un proyecto literario. Un proyecto difícil de definir, para el que términos como cuento, novela o poesía son insuficientes. Lamentablemente no podemos saber qué pensarían de la necesidad de nuevas categorías literarias nuestros extremos amigos rusos: si pedirían otra ronda de vodka para pensarlo, o echarían mano presta a los cuchillos..
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