jueves, 28 de agosto de 2014

Los relatos del padre Brown



Por José Santos

* In memóriam  de  Jaume  Vallcorba, editor fundador de Acantilado.  (1949-2014) 


El  extraordinario escritor inglés Gilbert Keith Chesterton nació en 1874 en Kensington, en los arrabales de Londres. Desde de muy joven se destacó como ensayista, novelista y poeta. Se supone que fue hombre que rechazaba la idea de Dios, no obstante que a los 48 años (1922), se hace bautizar cristiano católico por su amigo el padre O'Connor, quien seguramente le sirvió de modelo para sus libros policiales sobre el padre Brown. Esta nueva vida de fe y cristianismo, le llevó a escribir decenas de libros en analogía a su conversa actitud, y cada uno de ellos son un verdadero ejemplo de su alta e innegable calidad de escritor, y no fue en ninguno de ellos un excéntrico famoso, ni un predicador de iglesia; fue solamente un notable literato en las que sus obras apuntaron siempre al corazón de la espesura, en la cual podía tomar los más extraños laberintos y senderos tortuosos, pero siempre avanzando hacia el hogar, que era el fin inspirador de su pensamiento.
Los relatos del Padre Brown, publicados entre 1910 y 1935, son casi seguramente la saga y construcción literaria más apreciada del genial Chesterton. A partir de un humilde sacerdote surge uno de los más entrañables personajes que harán las delicias de todos los lectores. El "curita", armado solamente con una sombrilla y el agudo conocimiento del alma humana, desentraña crímenes y misterios en los que la realidad esquiva tanto la fría hipótesis como la ingenua elucidación de fenómenos científicamente inexplicables. Publicados en cinco libros durante el periodo precitado, (El candor del Padre Brown, La sagacidad del Padre Brown, La incredulidad del Padre Brown, El secreto del Padre Brown y El escándalo del padre Brown)  , la prestigiosa editorial española ACANTILADO los ha reunido en única edición, con más el agregado de algunos relatos del padre Brown nunca antes publicados en español.

En estas historias, como antes decíamos, el protagonista no es un detective privado, ni un policía, ni siquiera un aficionado a resolver crímenes; es un sacerdote papista, poco simpático, ubicado en plena Inglaterra anglicana. No es un Sherlock Holmes niun Hércules Poirot. Dotado de una agudeza que no demuestra su carácter sencillo, culmina siempre su actuación frente al acertijo resuelto, dando lecciones en nombre de la razón y la lógica con una humildad asociada a su forma de ser, a su espíritu de sacerdote que es consciente de que su ausencia puede llevar a los propios servidores de Dios, aunque sean piadosos y se muevan por móviles elevados, a hundirse en horrendos pecados, y esta sencillez y llaneza resultan insoportable a todos los que le rodean, ya sea la policía inglesa o las autoridades locales.

Quizás algunos de estos relatos del padre Brown parezcan demasiado ingenuos. No podemos leer a Chesterton como a  
Agatha Christie o a Sir Arthur Conan Doyle, porque Chesterton tiene intenciones muy distintas con sus palabras. Le gusta recrearse creando misterios cada vez más complicados e irresolubles, pero también busca difundir sus propias ideas y crear una pintura regional de las personas y lugares de su época, con especial énfasis en fragmentos de la vida habitual que muchos pasarían por alto. Excepto su inolvidable personaje, hoy todo un icono de la literatura detectivesca de principios del siglo XX.

Chesterton fue un apologista pero de manera especial, jamás abstracto, solemne, docto o superficial, es el genio de la paradoja y pone el humor al servicio de la fe; un ejemplo son estos relatos reunidos en un libro muy "querible", uno de esos textos que nos sacan de la rutina y lo convencional, para darnos un muy buen tiempo de lectura, en suma  una obra imprescindible.



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