La subjetividad o el subjetivismo
resulta ser el predominio o la supremacía de lo que se aplica a la persona que procede
y conceptúa llevado de sus propias consideraciones sobre cualquier otro
miramiento.
Es una opinión que no admite otra realidad que la conciencia
individual de cada sujeto como principio de explicación de cualquier forma o
entidad, y da por lo tanto al sujeto, predominio frente a la esencia; a lo interno frente a lo
externo y objetivo.
El subjetivismo se manifiesta en todo
orden de cosas. La literatura es una de las principales fuentes de artes, en la
que se aplica este principio en vasta magnitud.
Por ejemplo, en la vida diaria veremos
a cada momento, una discusión sobre lo que “es literatura pobre, de pasatiempo
y sin ningún condimento de grandeza” en
rigurosa oposición de la escritura de culto, enriquecida por el virtuosismo de
los grandes escritores cuya fama no es una graciosa concesión de la
Providencia. Y hay un temible error en
todo esto. El “bestsellerismo” puede
convivir naturalmente y en armonía con
la literatura de raza, es decir con los libros de aquellos que integran
el panteón de los grandes escritores del planeta. Allí es donde aparece en todo
su esplendor el concepto de lo subjetivo.
Ocurre que un mismo individuo puede
optar por una o ambas líneas de lectura;
todo está en la “sensación” que en ése
momento desea obtener de una lectura.
La cultura de un individuo que
lee, no se
compone de fundamentalmente de informaciones, sino más bien como en el caso de un jugador de ajedrez, de
una mezcla de reglas del juego y de una visión global del terreno de juego. Es
decir si tiene todo esto podrá saber lo
que ha perdido y lo que ha ganado, y conservará intacta la capacidad de jugar
nuevamente, aunque por el camino hayan caído
algunos de sus conocimientos.
Al menos
eso es lo que yo creo.
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