martes, 17 de septiembre de 2013

Damián Tabarovsky escribió en Diario Perfil sobre algunas editoriales españolas que forman parte de nuestro fondo en distribución, como Alpha Decay, Errata Naturae, Editorial Periférica.

Amor al capitalismo

Hace unas semanas, un joven y prestigioso columnista cultural del diario La Nación (en su versión online) destacaba el catálogo de la editorial argentina La Bestia Equilátera. Somos muchos los que admiramos el trabajo que allí se viene llevando a cabo, en particular –aunque no solamente– el fondo de autores anglosajones que han publicado. En cambio, menos reparamos todavía en que, del otro lado del Atlántico, hay otras editoriales –pequeñas editoriales españolas– que también vienen publicando notables libros en direcciones relativamente cercanas. Muchos de ellos –de editoriales como Alpha Decay, Errata Naturae o Periférica– desde hace un tiempo se consiguen con sencilla facilidad en las librerías porteñas, lo que es una buena noticia para cualquier buen lector. No me animaría a decir que una de esas editoriales –Periférica– funciona como álter ego de La Bestia Equilátera, pero sí que también ha publicado muy buenos libros del dominio anglosajón (ése es el único punto en común entre ambas editoriales. Por lo demás, a diferencia de La Bestia, Periférica apuesta por jóvenes autores en castellano –Carlos Pardo, Carlos Labbe, Yuri Herrera–, tiene una colección de ensayo literario y otra de cómics y sus traducciones están más repartidas entre lenguas: además del inglés, hay mucho italiano, alemán, e incluso rumano). He leído extraordinarias novelas traducidas del inglés en Periférica, como En Grand Central Station me senté y lloré, de Elizabeth Smart. Pues hoy es turno de ocuparme de La librería ambulante, de Christopher Morley, publicada originalmente bajo el título menos seductor de Parnassus on Wheels, en Estados Unidos en 1917. La contratapa define el texto como “lleno de encanto”, y efectivamente lo está. La historia es sencilla y a la vez perfecta: en una granja perdida, viven dos hermanos (mujer y varón). A él, de golpe, se le da por escribir un libro y se vuelve una celebridad. Ella no soporta la situación, porque ve al hermano alejarse cada vez más del mantenimiento de la granja. Mientras las editoriales compiten por publicar su siguiente libro, llega a la casa un vendedor de libros ambulante (en un carro llamado Parnaso, de ahí el título original del libro) dispuesto a venderle el negocio al escritor. Pero él en ese momento no está, y la hermana, sólo para evitar que el hermano caiga en la tentación de abandonar la granja, decide comprarlo. A partir de ahí, se dispara una falsa road movie, en la que inesperadamente ella sale de gira con la librería ambulante, cae enamorada de quien se la vendió, que por un malentendido está preso; logra liberarlo, se casan y se van juntos con la librería a Brooklyn. Pero además de como una gran historia de amor (y de amor por la literatura), la novela puede leerse como una reflexión solapada sobre el estado del capitalismo norteamericano de principios del siglo XX: su fase de expansión. Es la novela sobre el mercado literario naciente, sobre los bancos funcionando a pleno (¡en medio del campo le compra el Parnaso con un cheque de 400 dólares!), sobre las líneas de teléfono cada vez más rápidas. A diferencia de Bartleby, escrita sesenta años antes y ambientada en Wall Street, La librería ambulante es absolutamente optimista. Leída hoy, no deja de ser melancólica y casi apocalíptica: la ilusión por lo que no fue, y nunca podría haber sido.

 

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