Hace casi un año las editoriales Pálido Fuego y Alpha Decay anunciaban que se unían para publicar la opera prima del escritor neoyorquino Mark Z. Danielewski, La casa de hojas. 13 años hemos tenido que esperar para que alguna editorial se atreviese a publicar en castellano la obra literaria más fascinante y asombrosa de la pasada década. Una novela que desde su primera aparición en el año 2000 ha ido ganando adeptos hasta convertirse en una verdadera obra de culto al estilo El arcoíris de la gravedad (Thomas Pynchon, 1976). El escritor Vicente Luis Mora afirmaba en su último ensayo que si la novela contemporánea, que él denomina pangéica, tiene un Quijote, ese libro es La casa de hojas. Un artefacto literario de 700 páginas muy complejo y denso pero sin embargo altamente adictivo y entretenido que resiste cualquier tipo de clasificación previa y desafía todas nuestras expectativas como lectores. Mark C. Taylor, por ejemplo, se preguntaba si podemos calificar como novela a un libro que trae desde su propio análisis y comentario hasta apéndices, ilustraciones, poemas y un índex. Una obra que catapultó la novela hacia unos niveles artístico, narrativos y visuales que muy pocos éramos capaces de imaginar. La casa de hojas es una enorme y brillante novela hipertextual que nos habla de cómo leemos en nuestra época digital, al mismo tiempo que se presenta como un libro impreso autoconsciente de su propia materialidad y orgulloso de su condición analógica. Pero también una obra que parece haber sido creada y confeccionada como un intento de respuesta a la pregunta de ¿Qué papel puede jugar el libro y la novela en un mundo cada vez más digital y visual, donde la imagen ha perdido su compromiso con la realidad y ha desaparecido la vieja alianza entre tecnología y verdad?
Con todo, La casa de hojas es mucho más
que una simple novela experimental. Como afirma su autor, es lo que viene después de los experimentos.
Si Danielewski señala esto es porque los elementos formales más llamativos de
la novela, como pueden ser el elaborado diseño de las páginas (leemos en
diagonal, ventanas con texto...) y los distintos tratamientos tipográficos
(diferentes fuentes o palabras en color), no están sólo como simples “juegos” formales
sino que han sido creados con una funcionalidad temática y narrativa. Existe
una total correspondencia y vinculación entre el cómo se cuenta y el qué se
cuenta. Por ejemplo, cuando algunos miembros de la expedición se pierden en el interminable laberinto de la
casa, el texto adquiere una estructura visualmente enrevesada; cuando Navidson
camina por un pasillo que se hace cada vez más y más pequeño, hasta obligarlo a
reptar por el suelo, el texto también parece encogerse y en cada página apenas
aparecen un par de líneas con unas pocas palabras. La teórica norteamericana Katherine Hayles, que ha escrito
extensamente sobre este libro, apuntaba que aunque ninguna de las técnicas y
las dinámicas que usa La casa de hojas sea verdaderamente
original muestra el mismo apetito omnívoro de un ordenador a la hora “devorar”
a otros medios. Esta remediación de procedimientos y medios no literarios es, sin duda, uno de los elementos clave de la novela. Mark Danielewski explica
que muchos de los experimentos visuales de la novela están influenciados por la
gramática cinematográfica y la teoría fílmica (cursó estudios de doctorado en
la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad del sur de California y su
padre fue director de cine). Sobre los experimentos tipográficos del libro, debido
a su carácter hipertextual y su diseño, el autor, en la entrevista con el
crítico Larry MacCffery cita el
Talmud y a John Cage como referencias. Sin embargo, con la obra con que más
similitudes formales guarda es con la mítica novela experimental de Jacques Derrida, Glass (1974). El norteamericano utiliza el mismo método de texto bifurcado
y con distintas voces que usaba en esta obra el filósofo francés (Danielewski,
además, participó como ayudante en un documental sobre Jacques Derrida)
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