viernes, 1 de noviembre de 2013

"Lumbre", de Hernán Ronsino. Reseña en Los Inrockuptibles.

La tercera novela de Hernán Ronsino lo confirma como uno de los narradores más sólidos de su generación. / Por Matías Capelli - Foto Vito Rivelli

Si bien es cierto que Lumbre comparte numerosos elementos con las dos novelas anteriores de Hernán Ronsino –unidad de lugar, personajes y ciertos rasgos de estilo–, decir que las tres conforman una “trilogía” es una afirmación imprecisa, atolondrada. Lejos de la unidad entre elementos en alguna medida simétricos o equivalentes, la obra de Ronsino se articula más bien en una serie, un derrotero con, por el momento, tres escalas, en los que se retoman espacios, personajes, obsesiones y tradiciones literarias, pero en cada oportunidad conjugados en diversos modos, estructurados con diferentes andamiajes, cada vez con más ambición y destreza narrativa.
Hace seis años, Ronsino sorprendió con La descomposición por su trabajo a partir del fragmento, por un fraseo en el que resonaban las respiraciones de Briante y de Saer, de quien también tomaba la predilección por introducir inquietudes teóricas en el relato. En Glaxo (2009), el escritor nacido en Chivilcoy moldeaba una línea más contenida, milimétrica y contundente, que jugaba con la intriga y la develación de un enigma, pero con la misma pericia para retratar espacios y personajes, para hacer resonar distintas voces. Ahora, en Lumbre, el lector vuelve a la pequeña ciudad bonaerense urdida por Ronsino al igual que regresa el narrador y protagonista, Federico Souza, guionista treintañero que vive en Buenos Aires. Souza regresa por unos días a su pueblo natal con motivo de la muerte de Pajarito Lernú, un tipo bastante mayor que él pero con quien había trabado una suerte de amistad en su momento. Los tres días que transcurre en el pueblo son suficientes para que, en sus recorridas y encuentros, la memoria de Souza se ponga en funcionamiento y reviva el pasado personal pero también el del lugar, ensamblando voces farragosas, vidas y relatos que se enhebran y destejen con soltura.
A diferencia de los libros anteriores de Ronsino, Lumbre echa raíz en el “presente” (transcurre en marzo de 2002) para desde ahí brotar y expandirse hacia atrás; otra diferencia es que, en vez de una estructura concéntrica, Lumbre es arborescente, algo que tiene su correlato en la extensión del texto, que ocupa más páginas que Glaxo y La descomposición sumados. Por otra parte, si la prosa de Ronsino despliega más recursos, sus frases se volvieron más compactas, depuradas de manierismos. Como si el aplomo de los libros escritos le hubiera dado la certeza de que lo suyo no se juega en el cross a la mandíbula o el golpe de efecto, sino en construcciones lentas, que se toman su tiempo; en capas de sentido que se sobreimprimen, en percepciones que se van amasando, ideas o palabras rumiadas durante páginas, hasta que el lector se topa con una palabra o un detalle fulgurante que rasga el velo y entonces puede presenciar esos pequeños milagros de los que solo es capaz la literatura.
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Hernán Ronsino
Lumbre


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