viernes, 26 de septiembre de 2014

La vida a paso de hombre

Entrevista:

El sociólogo francés David Le Breton reivindica la caminata como forma de resistencia.

Caminar es un buen anacronismo en el mundo contemporáneo de la velocidad, la utilidad, el rendimiento, la eficacia, de las tecnologías, es un acto de resistencia”, enfatiza el sociólogo francés David Le Breton, festejando, casi con la picardía de un niño, ser parte de esa gesta de caminantes a la que han pertenecido grandes escritores, pensadores y poetas. En su libro Caminar. Elogio de los caminos y de la lentitud (Waldhuter), lanzado recientemente en la Argentina, el autor explora el paso de los andariegos y, como todo senderista, se sirve de las huellas que han dejado otros caminantes, como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Virginia Woolf, Friedrich Nietzsche, Marcel Proust, Italo Calvino y Albert Camus, entre otros. “Escribo como un caminante, con una curiosidad infinita, con la sensación de buscar un diálogo amistoso con otros innumerables estudiosos, escritores, creadores, como si todos camináramos juntos por la ruta discutiendo, sabiendo escucharnos y argumentar cuando no estamos de acuerdo”, afirma Le Breton.
–¿Qué es, para usted, lo más valioso de la experiencia de caminar?
–Caminar involucra los recursos elementales del cuerpo, sin tecnologías, a paso de hombre, sin prisa, cada uno a su ritmo. Es una vuelta a lo sensorial, a la disponibilidad en los caminos y al alejamiento de las preocupaciones personales. Caminar es un reencantamiento de la existencia, es sentirse vivo, real, inmerso en el corazón del mundo. Es un acto de resistencia que privilegia la lentitud, la conversación, el silencio, la curiosidad, la amistad, la gratuidad, la generosidad, la contemplación. Tomarse tiempo hoy es una forma de subversión, igual que la larga inmersión en una interioridad que parece un abismo para muchos contemporáneos que sólo viven en la superficie de sí mismos y hacen de ésta su única profundidad. Caminar en el contexto del mundo contemporáneo podría evocar una forma de nostalgia.
–¿Hay en la lentitud, en la creación de un ritmo propio, una clave de la experiencia del caminante?
–El caminante establece su soberanía ante el calendario, su independencia frente a los ritmos sociales. No va más rápido que su sombra. La caminata desbarata los imperativos de velocidad, de rendimiento, de eficacia. Es un movimiento de respiración. El caminante es aquel que se toma su tiempo y no se deja atrapar por el tiempo. Ya no se trata del tiempo cotidiano acompasado por las tareas del día o los hábitos, sino un tiempo que se estira, que callejea, que se aparta del reloj. Una marcha en un tiempo interior, un retorno a la infancia o a momentos de la existencia propicios para una vuelta sobre sí mismo. La caminata exige una suspensión dichosa del tiempo, una disponibilidad a entregarse a improvisaciones.
–¿Cuál es para usted la diferencia esencial entre caminar y correr? ¿Qué implica la elección de una actividad sobre otra?
–También me gusta correr, pero la experiencia es distinta. Correr a pie poniendo el cuerpo en el centro radiante de la vida es un camino para valorizar lo mejor de nosotros mismos. Convierte el enfrentamiento consigo mismo en una prueba decisiva que el cuerpo ratifica. Genera un sentimiento de ampliación de uno mismo. Pero es sobre todo un esfuerzo sobre sí mismo, asociado a menudo a una necesidad de salud, un imperativo, un deber incluso. El caminante no tiene esta preocupación en cierto modo puritana, se mantiene dentro de un compromiso físico moderado pero siempre dichoso.
–Existe en la actualidad cierto fervor por el running, ¿a qué piensa que ello puede adjudicarse?
–A la obsesión de nuestros contemporáneos con la salud, a esa resistencia contra la humanidad sentada en que nos hemos convertido con un cuerpo generalmente inútil, incómodo y que hace sentir su malestar. Muchas veces correr, incluso en un lugar fijo en las salas de gimnasio, es una exigencia para recuperar la dimensión encarnada de la existencia.
–En su libro habla del ejercicio de caminar o correr en una cinta como un exorcismo de la caminata, ¿cree que quienes optan por ello están desechando el goce del andariego, aferrándose sólo a fines utilitarios?
–Sí, esa postura tiene un lado ridículo, narcisista. Alcanzamos aquí una fase suprema del puritanismo que afecta a una parte de nuestros contemporáneos. El cuerpo se transforma prácticamente en una prótesis. No sirve para nada en lo cotidiano. Los clientes de estos gimnasios son hombres o mujeres que permanecen sentados durante todo el día. Su cuerpo se hace sentir dolorosamente. En vez de ir a caminar o a correr al bosque, prefieren no abandonar la seguridad del universo tecnológico y aséptico que los envuelve. Le tienen miedo al encuentro, miedo de descubrir que hay otro mundo presente detrás de la pantalla de su computadora, de su parabrisas o las ventanas de su escritorio. Ya no viven la experiencia corporal y sensorial del mundo, mantienen su cuerpo.
Fuente: Revista Ñ

jueves, 25 de septiembre de 2014

Rusia: premio a la mejor traducción de literatura del siglo XIX por El doble. Dos versiones: 1846 y 1866, de Fiódor Dostoievski



Eterna Cadencia Editora y el traductor Alejandro González hemos sido galardonados por el Instituto de Traducción de Rusia con el premio a la mejor traducción de literatura rusa del siglo XIX por la edición de El doble. Dos versiones: 1846 y 1866, de Fiódor Dostoievski, lanzada en noviembre de 2013. Nuestro traductor estuvo presente en la ceremonia en Moscú. Aquí el momento de la premiación:

lunes, 8 de septiembre de 2014

TALLO DE HIERRO (Ironweed)

Por José Santos


William Kennedy  nació en 1928 y desde siempre ha vivido en Albany, New York.
Su ciclo narrativo está compuesto por novelas independientes, aunque vinculadas entre sí por su localización en Albany, que inicia con “ El camión de la tinta”, sigue con "Legs" y más adelante con " El juego más grande", "Tallo de hierro", "El libro de Quinn" "Reliquias muy queridas", “ Flores de fuego” y el último hasta ahora publicado en castellano bajo el título de “Roscoe”.
 En este encadenamiento de historias ambientadas en dicha ciudad, Kennedy crea una nueva saga dentro de otra, al traer a la vida una sucesión de personajes de una misma familia en cinco de estos títulos; los Phelan, protagonistas que por estar situados en tiempo y espacios distintos, no se entrecruzan en sus libros.
No obstante , es la maravillosa “ Ironweed” ( Tallo de hierro), la que se pega al alma del lector  con mayor fuerza que las que le anteceden y preceden  dentro de este quinteto significativo de novelas.
 “Tallo de hierro”, es una obra realmente extraordinaria, cuyo título es emblemático a una planta muy común en Albany, "la hierba de hierro alta" (Tall Ironweed), nombre que aduce a la dureza de su tallo y hace alusión a la vida desquiciada del personaje principal, Francis Phelan, ex jugador de béisbol, hoy marginal errante cuya existencia se desmorona poco a poco, perseguido por obsesivos fantasmas de las personas que ha matado durante una revuelta callejera en la época de la gran Depresión norteamericana, espíritus que le agobian y lo convierten en un hombre a la deriva, abrumado por sus mitos y terrores  internos. 
El relato está ubicado en el período cercano a la madurez biológica de un Francis Phelan transfigurado en un vagabundo que va de un lado para otro sin rumbo fijo. La historia inicia con Francis trabajando en forma ocasional en un cementerio en el que yace su pequeño hijo Gerald, muerto accidentalmente el día en que se le escurrió del pañal, entre sus manos. Aquella fatalidad lo llevó al abandono de su familia, convirtiéndose desde ese momento en un bebedor andrajoso que  encuentra, a una vieja novia y  ahora nueva compañera de borracheras.
 Esta relación entre dos alcohólicos que viven miserablemente en la calle, intentando ganar algún dinero de cualquier manera para comprarse su bebida, está enmarcada en una ciudad maltrecha e insolente que pretende simular que la Depresión no existe, que la realidad es una ilusión que puede desvanecerse con las primeras horas del alba.
Son varios los personajes que habitan esta novela fantástica, y cada uno de ellos tienen el honor de compartir el retablo de los actores principales dentro de la obra.  La historia avanza hacia un final que el lector  no puede presagiar, ya  que llevada por la mano maestra del escritor,  “Tallo de hierro”  culmina en  un  trabajo de literatura soberbia e inolvidable; una lectura preñada de genuina  y dramática capacidad poética, que  sacude sin concesiones nuestras emociones más firmes. 
 William Kennedy, uno de los grandes talentos vivientes de las letras norteamericanas, confirma con esta novela la maestría de un narrador de supremo nivel.
 Esta obra, que en 1984 ganara el Premio Pulitzer , el Premio Nacional de la Crítica y el Premio  del Círculo de Periodistas de su país -también fue llevada al cine con el protagonismo excepcional de Jack Nicholson y Meryl Streep-. 

Este jueves, presentación de Madame Bovary en la Alianza Francesa