EN BUSCA DEL ABRIGO PERDIDO
La periodista y escritora italiana Lorenza Foschini
emprendió una investigación sobre el afán coleccionista que se generó
alrededor de Proust, y también sobre los impulsos de ciertas personas
por destruir todo lo suyo, incluyendo los manuscritos de su gran obra.
Así, en su singular libro se destacan la figura del perfumista Jacques
Guérin y un abrigo de piel que acompañó a Proust en sus años de febril
escritura.

Presentada
por la autora como “una rara historia de familia”, la crónica de
Lorenza Foschini, escritora y periodista italiana nacida en Nápoles en
1949, entrecruza la biografía de Jacques Guérin, un empresario de la
industria del perfume en Francia, los avatares de la herencia de Marcel
Proust y algunos episodios de la picaresca de la burguesía parisina.
Piero Tosi, el célebre vestuarista de los films de Luchino Visconti, le
contó a Foschini durante una entrevista para televisión que cuando
trabajaba en el proyecto (que no llegó a realizarse) de Visconti de
filmar En busca del tiempo perdido, oyó de pasada el nombre de un
coleccionista de manuscritos de Proust que podía ser útil para su
trabajo. Ese hombre era Guérin, que recibió a Tosi en su mansión en los
suburbios de París. Allí le contó su amor por la obra del autor francés y
le mostró el famoso abrigo de piel forrado en cuero de nutria que
Proust había usado en sus paseos y como manta, durante las noches,
mientras escribía una de las obras fundamentales de la literatura
universal.

Al mismo tiempo que cuenta los diferentes momentos de la tarea del coleccionista (a quien Jean Genet le dedicó Querelle de Brest, en gratitud por haberle dado un techo y comida cuando salió de prisión, y también porque Guérin bautizó Divine a uno de sus perfumes) en su aproximación al universo material proustiano, Foschini recons-truye encuentros y diálogos (en gran medida gracias al aporte del escritor Carlo Jansiti, que conoció personalmente a Guérin), escenas e imágenes (no sólo verbales, ya que el libro cuenta con un nutrido conjunto de fotografías de los protagonistas y de los objetos) y también personajes de una época ya desvanecida, con una soltura y una gracia no exenta de melancolía y pesar. Los amores imposibles o secretos de Marcel Proust, el rechazo familiar (figurado como un silencio jamás roto acerca de su deseo homosexual) y la imagen de la cuñada Marthe como una Hera archivengativa, son presentados a través del filtro de la amable personalidad de Guérin (para quien, como hijo de madre soltera a inicios de 1900, su propia homosexualidad resultaba más fácil de vivir): “Ya maduro, se convirtió en un hombre fascinante, refinado y culto, en apariencia arrogante, misógino y autoritario, que gustaba del secreto y amaba las cosas a escondidas. Por momentos era mordaz y cáustico, pero con esa sensibilidad y delicadeza que frecuentemente se les atribuye a los homosexuales”. No sin humor, informada, leve, la escritura de Foschini mantiene el hilo de su relato también con delicadeza y encuentra en la manía u obsesión del que colecciona rasgos redentores frente a la barbarie destructora: “Apropiarse de esos objetos significa quizá conservar en cierto modo una chispa de aquel amor, de aquel placer, y sentirse finalmente satisfecho. Pero hay más aún: el sentimiento que lo movía no era el del coleccionista sino más bien el del salvador de algo sagrado”.

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