Walter
Benjamin es una figura que brilla en la historia del pensamiento. Por
sus textos, sus lecturas, su modo de andar por el mundo y el coraje de
su huida, con trágico final. Benjamin se suicidó mientras escapaba de
los nazis, el 26 de septiembre de 1940, en la población catalana de
Portbou. No logró (o no quiso) llegar a Nueva York, donde lo esperaba su
amigo Theodor Adorno.
Benjamin fue un excelso crítico de arte,
filósofo andariego, ensayista de su tiempo. Si bien sus escritos
sobrevolaron todo el siglo XIX y primeras décadas del XX, hay dos
autores que fueron pilares de su ensayística (y existencia): Charles
Baudelaire y Franz Kafka. Benjamin se dedicó a Kafka en distintos
momentos de su vida; su primer trabajo extenso, publicado en 1934,
apareció en la revista Sur bajo el título "Ensayos escogidos". Sus
amigos más cercanos, apuntalaron sus comprometidas lecturas del autor
del cuento "Ante la ley". Bertolt Brecht pensaba que, con sus
reflexiones, Benjamin "se hacía la cama al fascismo judío". Scholem dijo
que Benjamin "sabía que tenemos en Kafka una teología negativa del
judaísmo". Por su parte, el propio Benjamin confesaba que la lectura de
Kafka le provocaba un tormento físico.Una oportunidad de comprender mejor este tormento -e íntima comunión- es la lectura del recién editado Sobre Kafka, textos, discusiones, apuntes, de Walter Benjamin (Eterna Cadencia), en cuidada traducción de Mariana Dimópulos, también autora del revelador prólogo. Allí señala: "Acaso a primera vista se trate de una interpretación literaria; es también una discusión sobre el origen y la posibilidad del derecho". El concepto de verdad y el de origen aparecen ligados, a través del propio Benjamin, en la obra de Kafka.
Aquí me gustaría festejar un contagio, el del traductor con la obra traducida. Un pasaje misterioso de la lengua que establece uniones particulares. ¿Acaso Edgar Allan Poe no se infiltró en la tinta de Cortázar, luego de que éste dedicara años a traducir toda su obra, por encargo de la Universidad de Puerto Rico en 1956, antes de escribir la mayoría de sus cuentos fantásticos? ¿Quedó Borges indemne al traducir Bartleby, el escribiente, de Hermann Melville, y sobre todo La metamorfosis, de Kafka?
La novela recién aparecida de Mariana Dimópulos, Pendiente (Adriana Hidalgo), es un fruto delicioso de su tarea literaria en distintas lenguas. De prosa fina, seca y profundamente audaz, consigue que sentimientos recónditos afloren en el cuerpo, casi como un calambre de amor. Esther Cross calificó bellamente su libro de "novela de acción pasional". Podría entonces decirse que la traducción es una experiencia única de lectura que atraviesa al escritor, y en felices ocasiones, produce obras subrepticiamente ligadas. Dimópulos también es responsable de la conmovedora y lúcida Correspondencia 1930-1940, de Gretel Adorno con Walter Benjamin, publicada por Eterna Cadencia y de los insondables cuentos de Robert Musil dedicados a las mujeres: Tres mujeres y Uniones, editados en El Hilo de Ariadna.
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