viernes, 8 de agosto de 2014

El desierto de los tártaros

Por José Santos.


Con "El desierto de los tártaros" nos ha dejado una obra intensa y nostálgica a la vez, una gran creación que emerge casi de manera excepcional, de entre una escasa producción de este escritor no muy bien calificado por la crítica de su tiempo, logrando al fin con la publicación de este libro – un extraordinario y  deslumbrante  trabajo- , el reconocimiento universal y el legítimo lugar reservado para los artífices de las grandes letras.
Un ambiente de interminables espejismos y alucinaciones, envuelve a esta verdadera joya de la literatura. Un profundo trasfondo abstruso hace que afloren de ella incesantes referencias metafóricas respecto de las alternativas fundamentales de la vida del hombre. Giovanni Drogo, teniente destinado a la Fortaleza Bastiani, marcha a su misión con el presagio de que algo en la vida, lo arrastra hacia un total aislamiento, hacia el destino de soledad que finalmente lo atrapa.
 La desconocida y colosal fortaleza emplazada en los límites del desierto que fue reino de enemigos legendarios, los tártaros, lo recibe enigmática e imponente. Sus ocupantes parecen agobiados por la ansiedad de la espera, aguardando a los agresores que vendrán del norte, y el teniente Drogo se sumerge en el mismo clima de vigilia, de ansias de gloria que sólo habrá de lograrse cuando las tropas de la vieja guarnición, termine con el inacabable peligro de ataque que nunca se concreta.
Las luces y sombras espectrales del desierto se yerguen prometedoras en cada alborear, y también, cada noche, la decepción hace abandonar infinitamente la esperanza de la muerte honrosa. Con el transcurrir de los meses, de los años, progresivamente el teniente Drogo comienza a comprender que esperando a los míticos enemigos, ha perdido todo contacto con la realidad, con su juventud ya lejana, con su pueblo, sus amigos, sus amores y su familia, y quizás con el propio valor que debe hacer del peligro su elemento. Su aguardar por las trompetas de la guerra, mientras otea lejanos ejércitos adversarios que se mueven en la realidad de su esperanza o en el engaño de su imaginación, lo convierten en un fantasma petrificado que paulatinamente se inclina sobre la sombra de la vieja fortaleza y se integra a su propia leyenda. Sabe interiormente que ha comenzado a transitar un sendero sin regreso y en soledad, cuya única ventaja es no tener cómplice o enemigos que temer. Finalmente, martirizado por la eterna decepción del combate que no llega, el teniente Drogo, puede comprender lo que ya no puede remediar. No tiene respuestas a las preguntas que nunca se ha hecho.
En este ambiente de pesadillas, por fin el esperado enemigo parece construir un camino con intenciones hostiles y la futura contienda comienza a tomar forma, pero el teniente Drogo, enfermo, traicionado por uno de sus pares, alejado de su puesto, inicia el camino de la muerte sin gloria, y al igual que varios de sus camaradas, morirá fuera de las murallas de la fortaleza Bastiani.
 Es que quizás nadie puede morir en ella, porque tal vez, nadie, en realidad, nadie vive allí.
Leer este libro maduro, impecablemente bien escrito, sin golpes bajos y quizás con más de una lectura, es acceder a un imborrable estudio de las convicciones y fracasos del ser humano. La magia y la fascinación de la soledad constituyen la sustancia transformadora de esta obra, a mi juicio, genial, y nos hace percibir la profundidad de su hallazgo.
Si jamás leíste a Dino Buzzati, este es un buen momento.

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